martes, abril 13, 2010

Cónclave fundacional,

por Cristina Bitar.

Los últimos días se ha intensificado el debate sobre la Concertación. Las recriminaciones sobre la causa de su derrota y las discusiones sobre su renovación anuncian un encuentro con marcada incertidumbre. Merece algunas reflexiones el proceso de este conglomerado político. Con todo su desgaste y los excesos en que cayó en materia de cuoteos políticos y acusaciones de corrupción, es indudable que llegó a ser una coalición de centroizquierda seria y cuyos presidentes actuaron con sentido de Estado. En el concierto latinoamericano este grupo ocupa un lugar destacado, muy lejos y por encima de otros grupos de izquierda que han abandonado elementos esenciales del régimen democrático, como sucede con el chavismo en Venezuela. No cayó en los caudillismos, se institucionalizó y gobernó en forma moderada. No obstante ello, con una sabiduría notable, el país premió a la Presidenta Bachelet, su última gobernante, con un apoyo histórico al mismo tiempo que votaba la opción del cambio que representaba el Presidente Piñera.

A Chile le hace bien una Concertación moderada, moderna, renovada, que se constituya en una alternativa de gobierno que estimule a la Coalición por el Cambio a hacer un gobierno eficaz. La competencia en política, igual que en el mercado, es el mejor incentivo para una adecuada asignación de los recursos, de los esfuerzos y los talentos. Por eso al gobierno del Presidente Piñera también le conviene una Concertación ordenada, haciendo su trabajo opositor con seriedad y eficacia. De ello sólo resultan fortalecidos el sistema político y nuestra democracia.

Para esto la Concertación requiere renovación; no pueden seguir los liderazgos y estilos desgastados y corroídos por el paso del tiempo y el ejercicio del poder. Esa renovación sólo puede llegar de la mano de líderes como Claudio Orrego, Ricardo Lagos Weber, Carolina Tohá o Patricio Walker. Si la Concertación no hace una opción clara por estos liderazgos y se proyecta como una coalición socialdemócrata renovada y moderna, digna opción de centroizquierda en cualquier país desarrollado, lo más probable es que caiga en una espiral de conflictos internos, luchas de poder y recriminaciones que terminarán por sepultar el espíritu societario que alguna vez tuvo. Es hora de que los que construyeron la Concertación para ganar el gobierno en la década de los ochenta y gobernaron con éxito en la década de los noventa, abran paso a los que tienen que liderarla en la segunda década del siglo XXI.

En ese sentido, el cónclave de la Concertación tiene que tener un sello fundacional, fijar una hoja de ruta que marque el estilo de oposición y de relación con el gobierno. A ratos parece que hay dirigentes de la Concertación que se quedaron pegados en los ochenta y que no asumen, ni entienden, que estamos en la normalidad democrática y que el Presidente Piñera y su gobierno tienen plena legitimidad democrática y deben relacionarse con ellos de manera respetuosa, institucional y constructiva. En las últimas semanas, la Concertación ha debido enfrentar dos desafíos que ponen a prueba su capacidad de estar a tono con los tiempos: la situación de Cuba y su proceso de renovación. En lo primero la DC ha actuado impecable; es más, la posición de Patricio Walker pidiéndole al gobierno una postura clara respecto al respeto de los derechos humanos en China me interpreta plenamente. Esa es la senda y el tipo de liderazgo que pueden dar vida a una coalición heredera de la Concertación que luchó por recuperar la democracia y que hoy puede ser nuevamente una opción de futuro, dejando atrás a los que, por muchos méritos que hayan podido tener, se quedaron en el pasado.