sábado, abril 10, 2010

Entre Buenos Aires y Brasilia, por Joaquín Fermandois.



Entre Buenos Aires y Brasilia,

por Joaquín Fermandois.

Se dudó si ir primero a Buenos Aires o a Brasilia. Se pensaba que el Presidente Piñera debía priorizar a Lula y Brasil, todo un poder en la región. Chile se ha considerado siempre como un aliado voluntario de Brasil, y el desarrollo de este país hasta ocupar un papel estelar en el G-20 como la décima economía mundial le ha añadido más incentivo a esta amistad apetecida. Además, Lula es ahora “el simpático del grupo”, de quien nadie debe decir nada malo y con quien todos han querido abrazarse, desde Bush a Raúl Castro. Replica lo sucedido en Chile con Michelle Bachelet, ya que su popularidad medida en encuestas —metro peligroso— está en alturas estratosféricas, aunque hasta el momento, también según encuestas, Lula no logra transmitirlo a Dilma Rousseff, la candidata que él apoya.

No se trata de un amor correspondido, como quisieran los chilenos. No es que no le importemos nada, sólo que Brasilia dedica una fracción de segundo a mirar a Chile. No se la puede culpar, ya que el mundo es así. Es como cuando nos enojamos porque EE.UU. no presta atención a América Latina, como si mereciera mucha atención. Frente a Brasil, no estamos solos en esta queja. Y es que ese país ha ido logrando, en esta última década, lo que buscó a lo largo del siglo XX: ser considerado una potencia de carácter mundial, sin desplegar poderío militar desproporcionado y sin raptos visibles de prepotencia. Vistas así las cosas, y teniendo en cuenta que, mal que mal, a lo largo de la historia, Brasil, moderado en general, nos ha arrojado un salvavidas por ahí y por allá, ¿por qué no comenzar la nueva administración chilena con una visita al popular Lula?

Por una razón bien clara se debía visitar primero la Casa Rosada. Argentina ya no puede competir en cuanto potencia con Brasil, pero como sociedad, más allá de su Estado, sigue siendo la más civilizada de nuestra América. La segunda razón es majestuosamente clara: compartimos con nuestro vecino una de las tres fronteras más extensas del globo. Hemos tenido problemas en la historia, pero hasta ahora siempre se han negociado con mayor o menor diligencia. Tercera razón, Buenos Aires se sentiría: posee piel más delgada en estos dimes y diretes, y las emociones son más profundas que las razones. Brasilia, con elegante sentido diplomático, comprende perfectamente nuestra situación y le importa la intención o la fe (algo ingenua) de Chile en Brasil. Cuarto, por las razones que sean, la Presidenta Cristina Fernández vino a la transmisión del mando, y encima tuvo que tragarse la réplica; Lula no vino, si bien había estado aquí poco antes. Cristina no es santa de mi devoción —aunque reconozco su sex appeal y sus dotes de caudillo—, pero es el cargo el que se debe respetar. Viviremos para siempre con Argentina a nuestro lado, con su veleidad política y con sus bienaventuranzas, de las que también mucho hemos aprovechado los chilenos. Por todo eso y mucho más, buena decisión lo de la visita de trabajo a Buenos Aires, antes de reunirse de manera formal con Lula.

Brasil, cualquiera sea el nuevo Presidente(a) que sea elegido(a), parece eyectado sin retorno a un puesto en la balanza mundial, donde jugará un papel más modesto que el que imagina, mas al que nadie podrá ignorar. Inquieta un poco, pues existen antecedentes de grandes estados que, al acceder a un papel estelar, se transforman en su cultura política y terminan siendo un factor de disrupción. Suponemos que no será el caso de Brasil.

Con miras a cooperar al equilibrio y la prevención, habrá que estabilizar las relaciones en nuestro vecindario, aspirando no sólo a tener una potencia, sino también democracias desarrolladas.