Liderazgo político,
por Gonzalo Müller.
Lo vivido en las últimas semanas a partir del caso de la intendenta Van Rysselberghe, ha dejado en evidencia la pobre situación de nuestra política, enceguecida por los ataques y la lucha entre los distintos actores, aun dentro de las propias coaliciones y partidos. Mal habla de nuestra dirigencia su incapacidad de resolver las controversias y la presencia de la descalificación permanente del contrario, sin el mínimo respeto cívico.
El espectáculo generado en torno a la acusación constitucional contra la ex intendenta, ha dejado aflorar lo que la ciudadanía más rechaza de la política chilena: el privilegiar los intereses personales por sobre el interés general; la lucha por el poder en su aspecto más descarnado; la concentración de la agenda pública en un debate que no es tal, sino una larga lista de declaraciones grandilocuentes que buscan más causar daño al adversario que avanzar en soluciones. Y cuando la pequeñez campea, los ciudadanos sólo se pueden sentir defraudados.
En estas mismas semanas, el Gobierno ha desplegado una gran agenda social para ser debatida en el Congreso. Proyectos como el posnatal de 6 meses, la eliminación del 7% a los jubilados, el bono Bodas de Oro, han sido opacados por la lucha fratricida desatada sobre todo al interior de la propia Coalición por el Cambio. Más allá de la legitimidad de los intereses por cada uno defendidos, se hace impresentable ante los ciudadanos esta dicotomía, donde se deja de lado los que a ellos interesa —discusión de beneficios sociales— para concentrarse en lo que responde a ‘mi interés’ y ‘cómo puedo ganar una cuota más de poder o infringir una derrota “política” a mi adversario’.
Para ser justos, esto no aplica para la gran mayoría de parlamentarios que se han marginado prudentemente de este espectáculo, sino para aquellos que se han especializado en las acusaciones sin fundamento, en las declaraciones rimbombantes y sin contenido, en la estridencia que agota, pero que genera atención de los medios. Es a aquellos que no vale la pena ni nombrar, a los reyes de la pequeña política, la de la ventajita y el corto plazo, a quienes la ciudadanía debiera hacer responsables de este triste espectáculo.
Es en estos tiempos de desorden y caos donde se extraña la presencia de los verdaderos liderazgos políticos, esos capaces de ordenar a sus huestes, de poner en el correcto orden el debate, priorizando el bien común por sobre la búsqueda de pequeñas y fugaces demostraciones de poder.
¡Cómo nos podríamos haber ahorrado el triste espectáculo y la serie de errores cometidos las últimas semanas de contar con personas dispuestas a asumir estos liderazgos, sin pensar en los costos de corto plazo sino en los beneficios de largo alcance! ¿Qué incentivos perversos provocan que el mismo Congreso que fue capaz de avanzar y sacar adelante, con un acuerdo transversal, la reforma educacional, aplaudida por moros y cristianos, hoy haya sido incapaz de frenar o resolver la guerra de declaraciones? Nada desalienta más que ver a una clase política que llega al encarnizamiento por su inoperancia e incapacidad de lograr encontrar una solución.
La renuncia, ofrecida o acordada, ha dado un respiro y una oportunidad de recuperar el tono y la sensatez, de darnos cuenta que la política en cuanto a su capacidad de construir ennoblece, pero que la actividad pública bajo lógicas del solo interés personal o partidista genera el natural rechazo en un país que necesita de verdaderos liderazgos para avanzar al desarrollo.