sábado, diciembre 04, 2010

Lo viejo y lo nuevo, por David Gallagher.


Lo viejo y lo nuevo,

por David Gallagher.


No hay demostración más contundente de lo poderoso que es el concepto de "nueva derecha" que el tipo de indignación que inspira. Porque si uno lee con cuidado las objeciones de dirigentes de RN y de la UDI, se da cuenta de que lo que les incomoda es menos la idea que su autoría. No dicen que no existe lo que se entiende por nueva derecha. Tampoco que es indeseable que exista. Insinúan más bien que en la idea no hay nada nuevo, porque se les ocurrió a ellos hace tiempo. Tal vez no con el nombre preciso, pero sí con todo lo que hay detrás. Nada más alentador para quienes piensan que es importante que se instale una nueva derecha en Chile. Porque no hay mejor prueba de que una idea es buena que cuando la gente compite por ser su autora.


En cuanto a la crítica desde la izquierda, de que el concepto no es sino un disfraz para la derecha de siempre, era esperable, dado el clima de crispación que se vive en la Concertación, que conduce a que todo lo que haga el Gobierno -hasta emprender un viaje a un país vecino- sea rechazado con rabia. Además es entendible que a la Concertación le perturbe un concepto a toda vista ganador. Lo que sí impresiona es que no puedan, a la vez, ser más objetivos. Es cierto que cuando con el gobierno de Aylwin se instaló en Chile una novísima izquierda, una que abrazara la economía social de mercado, algunos en la derecha prefirieron ver nada más que a lobos con piel de oveja. Pero, en general, desde la derecha se aplaudió el giro copernicano de la izquierda, y se optó por colaborar con el Gobierno, vía la democracia de los acuerdos y, más tarde, vía el notable apoyo que le dio Longueira a Lagos en sus horas más atribuladas. Curiosa la distancia entre esa actitud de la derecha de entonces y la de la Concertación ahora. Curiosa la falta de generosidad de ésta, su incapacidad de ser más abierta de mente.


Por cierto, uno de los signos de la nueva derecha es, precisamente, su apertura de mente, su capacidad para tratar los problemas en sus méritos, con libertad, y sin mochilas ideológicas. Esa capacidad, que tanto caracteriza al gobierno de Piñera, desespera a sus adversarios, y a veces también a sus aliados, porque los pilla de sorpresa. Ellos albergan en su mente una caricatura de lo que debería ser un gobierno de derecha, y se indignan cuando éste no la encarna; cuando, al contrario, sigue lo que Eugenio Tironi llama el Piñera way, y hace algo distinto de lo que se esperaba. Curioso que Tironi, como intelectual, pretenda ridiculizar ese Piñera way, cuando no es sino el camino que toman personas de mente libre, como lo son, se supone, los intelectuales, sobre todo en una sociedad compleja como la actual. ¿Por qué tanta nostalgia por la política más estereotipada y predecible, la política en blanco y negro, del Chile de antaño? Recuerdo a un ex ministro neozelandés que me explicaba cómo Nueva Zelanda había salido del estancamiento para convertirse en un país ultraexitoso. "Lo que hicimos", me decía, "fue enfocar cada reforma sin complejos, sin prejuicios, sin miedo a pensar lo impensable, sin asustarnos si llegábamos a soluciones que nunca se habían ensayado antes". Ese espíritu atraviesa a la nueva derecha.


La nueva izquierda que se instaló con Aylwin dio gobernabilidad a Chile y le permitió a la Concertación mantenerse en el poder por 20 años, hasta que fue derrotada, porque a un candidato presidencial lo convencieron de que había que volver a la izquierda antigua. Es ahora la nueva derecha la que está dando gobernabilidad, e intuyo que, si no se deja intimidar, gobernará por muchos años: por lo menos mientras alguien no convenza a algún despistado candidato presidencial de que debería volver a la derecha antigua.


Curioso que Tironi, como intelectual, pretenda ridiculizar ese Piñera way, cuando no es sino el camino que toman personas de mente libre, como lo son, se supone, los intelectuales.

martes, noviembre 30, 2010

Los estafadores de la “industria local”, Alberto Medina Méndez .



Los estafadores de la “industria local”,

Alberto Medina Méndez .



Con cierto aire folklórico, una corriente emotiva se ha terminado convirtiendo en una cuasi ideología. Movimientos que se ufanan de su nacionalismo, de preservar las tradiciones y fortalecer la historia doméstica se han encargado de servir de plataforma a una de las mayores estafas de este tiempo.



Un grupo de pillos, de rufianes oportunistas, se abusan del sentido de pertenencia que cualquier territorio genera a su alrededor. Ellos han exacerbado el sentido de lo local para transformar esa visión en algo así como una escala de valores que les resulta más que funcional a sus intereses económicos.



Han logrado construir una fantasía con cierta verosimilitud que solo cabe en la mente de los incautos y desprevenidos. Es que se trata de una casta de aprovechadores profesionales que han convencido a propios y extraños de que proteger la industria local implica salvaguardar el bien común, que la política debe generar espacios para favorecer a los de adentro y evitar que los de afuera hagan de las suyas.



Se ocupan de promover normas que favorezcan el compre local, las industrias del lugar. Dicen que debemos cuidar todo lo de adentro, para despotricar contra lo foráneo, induciendo a simplificaciones que hacen que lo propio sea bueno, y lo de afuera sea malo. Solo buscan protección, privilegios, prebendas, favores públicos, que hagan que sus emprendimientos sean viables, que haga rentables segmentos que no lo son.



Han construido un razonamiento que parece sostenible. Quieren que la industria local florezca, para mantener los puestos de trabajo y la actividad económica del lugar se revitalice dando oportunidades a los de adentro. Suena romántico y convocante.



Pero lo que no aclaran es quienes pagarán esa “fiesta”, quienes sostendrán su circo inmoral. Pretenden protecciones porque son ineficientes, porque quieren desarrollar actividades que no pueden sobrevivir sin subsidios, sin privilegios, sin apoyo estatal, ventajas impositivas, o castigos vía barreras para los que vienen de afuera. Se trata, según ellos, de impedir que la competencia foránea, ingrese al mercado local, destruyendo la industria del lugar y provocando perdidas de empleo.



Aspiran a tener protección, ganar dinero sin tomar riesgos, que el Estado les garantice rentabilidad para hacer un negocio seguro, que no dependa de los vaivenes del mercado. Lo que no quieren es competir, desean un monopolio apoyado desde el Estado, y con una gran mística periférica que haga que la gente los avale, que la política los sostenga.



Tampoco hablan de las consecuencias de su pseudo ideología. Aspiran a que alguien los subsidie, que financie las ineficacias de su negocio, su aventura empresaria, socializando las perdidas y privatizando sus ganancias.



La sociedad se obliga a pagarles sus deficiencias, vía impuestos, endeudamiento o cualquier retorcido método que posibilite la transferencia desde el sector privado, de los que trabajan para ganarse su salario, de los que desempeñan su oficio, hacia los que parasitan desde las oficinas públicas imponiendo regulaciones o desde los sectores prebendarios, promoviendo ventajas que solo le resultan convenientes a ellos mismos.



Saben lo que hacen, se escudarán en la sensiblería de los puestos de trabajo, de favorecer lo propio, y de ayudar al crecimiento local. Todos argumentos que apuntan al corazón, a la emotividad, pero pocas veces a la razón.



Para que sus empresas ineficientes sean viables, la sociedad toda deberá aportar la diferencia y hasta la ganancia. Esos recursos no pueden tener otro origen que cada individuo, que resignará su propio consumo, el que hubiera elegido en libertad, para destinar esos dineros al “estafador” y los supuestos ideales románticos que defiende.



Pero no se agota allí la historia, no se trata solo de las exenciones impositivas, los regimenes privilegiados, las subvenciones otorgadas, sino también del cúmulo de regulaciones que lo favorecerán para impedir que sus competidores ingresen al mercado. Todas esas reglas “hechas a medida”, evitarán que quienes pueden ofrecer un mejor producto, mas barato, en mejores condiciones, no lo consigan. Para ello, lobby mediante, el “protegido” empresario local, conseguirá que las normas castiguen económicamente a quienes insistan en ofrecer sus productos desde afuera. Le impondrá barreras arancelarias que impidan la competencia, restricciones formales que hagan que sus intentos no estén contemplados por las reglas domesticas. Todo tipo de escollo sirve al loable fin que intentarán defender con uñas y dientes.



Pero los consumidores locales tendrán que abonar un precio más alto por un servicio por el que optan acorralados por las reglas artificiales obtenidas bajo el amparo de la influencia del “afortunado”. Para abonar ese sobreprecio del proveedor local, los clientes del lugar tendrán que privarse de consumir otros bienes, reduciendo su capacidad de compra. El fin justifica los medios dirá la caterva de aduladores que rodea al privilegiado y sus “convenientes” aliados. Para ellos no tiene mucha importancia que el consumidor local pague mas, después de todo se trata de ayudar a los empresarios locales, fortalecer el mercado interno y preservar el empleo de los lugareños.



Lo que nuevamente no dirán es que el dinero que el consumidor local utilizó para pagar el sobreprecio de esta prebenda, solo puede explicarse al privarse del consumo de otro bien. Es en esa otra actividad, en ese otro sector, donde el cliente local no podrá poner voluntariamente su dinero y por lo tanto habrá hecho desaparecer sin intención a otra actividad, en este caso sin protección.



Los genuinos empresarios locales, esos que no gozan del calor del poder, serán los primeros perjudicados. Ellos y sus empleados, que son los que realmente perderán puestos de trabajo pero sin tanta trascendencia, de modo progresivo, casi en silencio.



Es que los “privilegiados de siempre” saben invertir su tiempo en hacer lobby, en traficar influencias, en convencer políticos y aportar argumentos al debate social, para ponerse a la gente de su lado.



Los verdaderos emprendedores, los que pelean cotidianamente en el mercado sin protección alguna, mas que la de prestar el mejor servicio, ofrecer el mejor producto, al precio mas bajo posible, con el menor margen que pueda darle viabilidad a su negocio y lidiando con los competidores a diario, ellos, no tendrán defensores en la lucha. Al contrario, pagarán el costo de este engendro, con menos empleos, con una inferior ganancia, en una verdadera competencia desleal, desde otros sectores de la economía.



En economía no se puede hacer magia, las soluciones las provee un marco normativo transparente, donde los empresarios toman riesgos, se dedican a hacer lo que saben hacer, y subsisten solo si son elegidos por sus clientes todos los días, con claros incentivos perdurables en el tiempo, esos que solo provee el mercado, para ofrecer el mejor producto, al menor precio, desde la óptica de quien lo consume.



Cuando las empresas, ya no toman riesgos, e invierten tiempo en recorrer pasillos de oficinas públicas, la ciudadanía toda habrá perdido, porque pagará la nueva parodia con sus propios ingresos, abonando en el mercado local precios irreales.



Si no entendemos que detrás de cada idea retorcida de estas que pretenden cuidar lo propio, existen mas problemas que soluciones, más daños que beneficios, y sobre todo perversos intereses parciales que solo desean alimentar sus propias ineficiencias frente a la incapacidad de superar a sus competidores, estaremos transitando un camino sin retorno, ese que nos proponen los estafadores de la industria local.