Faltan siete años y medio... o cuatro,
por Gonzalo Rojas Sánchez.
Entre el 18 de septiembre de 1810 y el 12 de febrero de 1818, fecha de la efectiva declaración de nuestra Independencia, corrieron siete años y medio.
Desde este septiembre de 2010 y hasta marzo del 2018, habrán pasado exactamente otros siete años y medio, justo el tiempo total que habrán ocupado, desde ahora hasta entonces, el gobierno del Presidente Piñera y la administración de su sucesor.
Es mucho tiempo, pero pasa rápido. Y aunque hay 200 años de distancia, varias lecciones siguen siendo válidas. Ante todo, la necesidad de preservar la identidad nacional. En plena tensión durante esos años de lucha entre patriotas y realistas, hoy vuelve a estar amagada por indigenismos y ecologismos, por minorías sexuales y por minorías exaltadas. A pesar de que la oportunidad no podía ser más propicia, no ha habido capacidad de confrontar visiones teóricas sobre el tema de nuestra identidad; el gran debate está pendiente, pero será cada día más imprescindible en los próximos años.
Mientras tanto, a vista y frente a la impaciencia de muchos, los europeos neocolonialistas siembran nuevas dependencias que desfiguran en la práctica nuestra identidad nacional. Lo hacen inventando y promoviendo naciones inexistentes; impidiendo la explotación de recursos a costa de los moradores; diversificando roles que destruyen la familia, y divulgando anarquismos a punta de bombas. Y no son pocos los neorrealistas -chilenos del Bicentenario- que secundan a los colonizadores con entusiasmo. Otras banderas flamean también hoy en Chile y no son precisamente las de la Patria.
Pero además está vigente el problema de la conducción del Estado. Por mucho que O'Higgins y Carrera miren ahora para el mismo lado, en esos años desempeñaron liderazgos personalistas que dificultaron la unidad de los propósitos emancipadores. De la mano de uno u otro, Chile avanzaba, pero ellos no se estrechaban mutuamente la diestra con facilidad. Más que eso, chocaron frontalmente.
Hoy está de nuevo actuando la tendencia al personalismo, al caudillismo. Una tras otra, las actuaciones presidenciales están siendo juzgadas no sólo por la calidad de sus contenidos y por la eficacia de sus planteamientos, sino también por la forma y el estilo que utiliza el Presidente. Más se ha hablado de sobrenombres a futbolistas, de telefonazos a empresarios y de tirones de orejas a colaboradores, que de las decisiones y soluciones actualmente en marcha.
Por ahora, claro, no hay otro caudillo que esté dispuesto a enfrentarse abiertamente con ese estilo y salir así a disputar la conducción del proceso: hoy sería suicida. Pero a medida que se acerquen los próximos períodos electorales, los eventuales sucesores del Presidente, aunque actualmente lo apoyen, quizás prefieran distanciarse de él, justamente para obtener reconocimiento y adhesión popular. Mala señal sería.
Y tercero, pero primero en la intención, la orientación y la calidad de nuestra educación. Un Instituto Nacional nacía por aquellos años. Orgullo de todos, empeño de muchos, se planteaba los máximos, la excelencia. Pero hoy, fracturada desde dentro, la educación apenas atisba cómo enfrentar sus mediocridades y claudicaciones.
Justo en la mitad del proceso de emancipación, a comienzos de octubre de 1814 -y cuando se cumplían apenas cuatro años desde los inicios de la nueva etapa- una grave derrota de los patriotas retrasó notablemente la independencia efectiva.
Nota de la Redacción:
Rendimos un homenaje al profesor, abogado e historiador Don Gonzalo Rojas Sánchez que valientemente defiende los principios chilenos e incansablemente dedica su escaso tiempo libre a la formación de juventudes.