martes, marzo 30, 2010

El Desafío, por Juan Andrés Fontaine.


El Desafío, por Juan Andrés Fontaine.


Es esta mi despedida. Como es de conocimiento público, el Presidente electo me ha convocado a formar parte de su gabinete. Esa alta responsabilidad me obligará a dejar esta tribuna.

Dos ideas centrales he abordado desde aquí por más de 13 años. Una, la importancia crucial de la buena política macroeconómica. La otra, la necesidad de hacer de la búsqueda de la eficiencia preocupación primordial de las políticas públicas. Cautelar la estabilidad macroeconómica es condición necesaria para la buena marcha de la actividad económica, y ello exige administrar las políticas fiscal y monetaria con la vista puesta en las condiciones del ciclo económico mundial y nacional, así como en las presiones que pueden perturbar la inflación y la salud del sistema financiero. Cautelar y mejorar la eficiencia de los mercados es el modo de alentar un crecimiento rápido de la capacidad productiva de la economía nacional.

Inauguré esta columna cuando Chile se acercaba al término de sus doce años de oro, vividos entre 1985 y 1997, en los que alcanzó un crecimiento del producto al impresionante ritmo de casi 8% real anual, y logró la progresiva reducción del desempleo hasta 6%. Se atisbaban ya entonces las debilidades que más tarde tan caro nos costarían: la inclinación al exceso de gasto —el crecimiento con jolgorio, lo llamé— y la insuficiencia de las reformas microeconómicas necesarias para elevar nuestro potencial de crecimiento. Luego vendrían la crisis asiática, que nos golpeó tan duro en parte, porque hizo insostenible el tren de gastos que llevábamos, y el languidecimiento de la productividad, que se ha extendido hasta nuestros días. Ese ministerio es de economía, fomento y turismo. Es en el fomento al emprendimiento, la innovación, la inversión y la productividad donde hay que poner el acento.

El emprendimiento es la llave del crecimiento económico. Son innumerables las trabas que debe superar en Chile el novel empresario. De acuerdo al más reciente estudio del Banco Mundial, Chile ha descendido nueve puestos, hasta el número 49, en el ranking mundial de facilidad para hacer negocios. En la región, ya Colombia se nos ha adelantado, mientras México y Perú nos pisan los talones. La razón es que en el último año, de acuerdo a esa fuente, no registramos ninguna reforma significativa pro emprendimiento, mientras que Colombia, México y Perú efectuaron 8, 6 y 2, respectivamente.

El programa del Presidente Piñera toma una opción preferente por el pequeño y mediano empresario. Ese apoyo no ha de ser puramente asistencial. Es entre ellos dónde está la capacidad de generar empleos y contribuir al cumplimiento de la meta programática de crear 200.000 nuevos puestos de trabajo cada año. Allí está el semillero de las ideas y proyectos que pueden hacer de Chile un país desarrollado. El emprendedor pequeño —el empresario emergente— calza bien con el modelo de sociedad de oportunidades que el futuro Presidente tiene en mente para Chile. La tarea de fomentar el emprendimiento exigirá aliviar la carga tributaria sobre la pequeña empresa, simplificar la malla de trámites que entraban sus iniciativas y facilitar su acceso al financiamiento necesario.

El objetivo de impulsar la innovación ha sido acertadamente destacado durante los últimos gobiernos y es ampliamente compartido. El Estado administra un cuantioso presupuesto destinado al efecto, pero hasta ahora los resultados obtenidos —medidos, por ejemplo, por el número de patentes registradas— han sido decepcionantes. Hay que revisar a fondo la frondosa institucionalidad estatal dedicada al tema. Hay que mejorar la gestión de los programas vigentes y potenciar un prometedor instrumento ya disponible —el beneficio tributario a que acceden las empresas innovadoras— que hasta ahora no ha surtido el efecto esperado.

Para impulsar la inversión y la productividad, son necesarias reformas microeconómicas. Hay que modernizar las empresas públicas, actualizar marcos regulatorios, derribar obstáculos burocráticos que retardan el avance de los proyectos, y estimular la competencia, levantando barreras de entrada y combatiendo las prácticas monopólicas. La agenda es amplia y compleja, pero la ruta es clara y hay que emprenderla sin demora.

Las expectativas que ha despertado el nuevo gobierno son elevadas, y con razón. Las metas de crecimiento planteadas —un ritmo promedio de 6% al año— son ambiciosas, pero alcanzables bajo condiciones externas normales. Desde la economía mundial están soplando vientos favorables —el cobre y la celulosa, por ejemplo, vuelven a exhibir excelentes precios— y la economía nacional exhibe todos los signos de una incipiente reactivación. Hay buenas razones, entonces, para mirar el futuro con optimismo.

Pero el éxito no está garantizado. En el corto plazo, la mayor dificultad, tanto en Chile como en el exterior, dice relación con el retiro de los estímulos introducidos durante la crisis. Acá será necesario —como está parcialmente contemplado en la ley de presupuesto vigente— rectificar el fortísimo crecimiento del gasto público del año pasado y el correspondiente déficit fiscal extraordinario. A mediano y largo plazo, en cambio, el desafío está en avanzar las reformas que eleven la productividad, alentando el emprendimiento, la innovación, la inversión y la capacitación. En el camino habrá que aunar fuerzas, superar las divisiones partidistas, deponer intereses sectoriales, forjar acuerdos y jugarnos todos a hacer realidad la oportunidad de progreso y superación de la pobreza que Chile tiene hoy a su alcance.

Este articulo fue publicado el viernes por Diario La Segunda, lo republicamos porque tiene plena vigencia y es de completa actualidad.