CHILE EL LAZARILLO DE AMÉRICA,
por Alberto Medina Méndez.
Ha culminado el proceso electoral chileno, ese que desembocó en la elección del candidato presidencial Sebastián Piñera. Tras 20 años de democracia, y luego de una ininterrumpida seguidilla de triunfos electorales de la poderosa Concertación de partidos de centro izquierda, se produjo el punto de inflexión. Es ahora el turno de los opositores a esa coalición gobernante que dominó el arco político local durante estas últimas décadas. Podría tratarse de una elección más, de una doméstica compulsa electoral de mera trascendencia interna del país andino. Quedarse en la anécdota sería desconocer el valor testimonial histórico que tiene esta elección, esta bisagra en la historia de Chile, y el impacto en el continente de un hecho sin precedentes ya no por el resultado ni por el giro político implícito, sino por su profundo significado institucional y democrático.
Chile es, sin duda alguna, el país de América Latina que más logros ha obtenido en los últimos tiempos. Ha progresado económicamente, se ha consolidado como una democracia robusta, logrando discutir temas impensados para las paupérrimas agendas políticas del continente, constituyéndose en una referencia viva de lo que puede conseguirse cuando se hacen algunas cuantas cosas bien.
La nación transandina tiene muchos problemas, como casi cualquier país. Enfrenta conflictos, debe superar sus propias limitaciones, tiene asignaturas pendientes. No se trata, está claro, de un paraíso terrenal.
Pero todas sus falencias no opacan lo mucho que ha avanzado. Una economía consolidada en muchos aspectos, una sociedad abierta al mundo, integrada a la comunidad internacional con múltiples acuerdos, que goza de un respeto sin límites por su capacidad para cumplir compromisos, por su formalidad y seriedad a la hora de los acuerdos, por su, a veces discutida, ecuanimidad en materia de política exterior.
Y no es que todos sus ciudadanos estén conformes con lo obtenido. Aún resta demasiado por hacer. Pero queda claro que los chilenos confían plenamente que ese proceso de mejoras, se consigue solo de la mano de instituciones sólidas, de una democracia que teniendo mucho por evolucionar, ha conseguido avanzar y que sus logros pendientes aparecerán una vez que los ciudadanos se enfoquen en resolverlos como ha pasado con cada una de sus conquistas locales.
América es un continente con pocas democracias maduras, repleta de signos cotidianos de intolerancia, violencia. Tenemos comunidades hostiles con el despliegue económico, que recitan progreso haciendo todo lo inverso. América es, muchas veces, verborrágica, tumultuosa, grandilocuente, plagada de conflictos, pero siempre inmersa en un debate populista y demagógico que solo ha logrado, retrocesos indefinidos.
En ese contexto, Chile, se ha constituido en un faro, una guía, un norte ( vaya paradoja ), un espejo en el cual reflejarse. Con sus virtudes y defectos, hay mucho que copiar y admirar de ese país y sobre todo de su modo de hacer las cosas.
El discurso de sus líderes políticos, vencedores y vencidos de la contienda es solo un ejemplo de ello. Escenas que nos muestran a la actual mandataria y al nuevo Presidente electo, desplegando elogios cruzados, agradecimientos mutuos, y deseos de éxito para el futuro, en espacios compartidos ante los canales de televisión, con transparencia ciudadana, hablan de una madurez política, cívica, una acabada comprensión de lo que significa vivir en democracia. Una democracia, que nada tiene que envidiar a las civilizaciones con más tradición republicana del planeta.
Algunos pueden preferir pasar por alto el hecho reciente, tomando este enero de 2010, como solo una escala del surtido calendario electoral de América Latina. El resultado no debe cegar a los analistas. Las inclinaciones ideológicas y las pasiones políticas no deben interferir, de modo alguno, el significado que esta sociedad chilena le aporta al continente. Podría haberse dado otro resultado electoral, y mucho de lo afirmado, tendría idéntico valor.
Cuando nuestra América, el mundo en definitiva, comprenda la casi matemática correlación que existe entre el progreso de las naciones, el crecimiento económico, el desarrollo productivo, la vigencia plena de las libertades individuales, instituciones sólidas y democracias firmes, puede que la historia del planeta del el giro positivo que tanto anhelamos.
Los gobiernos populistas, tan presentes en nuestra geografía latina, las aisladas pero aún vigentes dictaduras del globo, y las precarias democracias plagadas de oportunismo y demagogia, no son el sendero a recorrer en el camino hacia un mundo mejor.
No existe progreso económico ni sociedades capaces de superarse a si mismas, allí donde reina la mediocridad, los mesiánicos lideres contemporáneos, o las parodias de democracias que tanto conocemos y padecemos.
La fórmula ideal siempre es compleja, pero sin duda alguna, los ingredientes principales para la construcción de una sociedad capaz de generar cambios positivos, viene de la mano de una democracia sin condiciones y el desarrollo de un férreo respeto por instituciones en constante evolución.
Sin estos componentes, nuestras comunidades, nuestras naciones, están condenadas al fracaso eterno. Los chilenos tienen aún mucho por mejorar, sus asignaturas pendientes están a la orden del día. Pero queda claro, que en un contexto continental tan débil, Chile, es el lazarillo de América.
Alberto Medina Méndez (medinamendez@semanarioatlantico.com) es periodista y analista político y creador de la iniciativa digital “Existe otro camino”.