miércoles, mayo 11, 2011

Osama bin Laden es el pasado, por Roberto Ampuero.


Osama bin Laden es el pasado,

por Roberto Ampuero.



La muerte de Osama bin Laden se convertirá en un hito imborrable para millones de personas en todo el mundo. A partir de ahora, nadie olvidará nunca qué estaba haciendo en el momento en que se enteró de la operación militar en Pakistán. Para muchos, el líder terrorista estaba muerto hace tiempo, y el anuncio tuvo el efecto de hacerlo revivir, de comprobar que aún existía. La mayoría estimaba que el hombre más buscado del planeta jamás sería hallado.


No hay que confundirse: Osama bin Laden está en boca de todos y parece vigente, pero en verdad pertenece al pasado. Estaba muerto hace mucho. Era un tipo aislado y asediado, que a partir del 11 de septiembre de 2001 vivió recluido en las montañas o en la disimulada fortaleza donde lo hallaron. Si bien seguía siendo -y quizás a partir de ahora lo sea con mayor fuerza- inspiración para muchos extremistas, carecía ya de mando efectivo en la lucha de sus huestes contra Occidente. Su muerte en Pakistán no sólo revela lo absurdo de haber iniciado una guerra contra Irak, sino también que conviene retirarse de Afganistán. El fin de Bin Laden cierra un ciclo que él inició y ofrece a Estados Unidos la oportunidad de redefinirse en materias esenciales.


Pero una oportunidad es sólo eso: una oportunidad. Uno la aprovecha o la pierde. El actual gran momento del Presidente Obama puede irse como el agua de entre las manos. De cara a la presidencial de 2012, la discusión puede empezar a girar ahora en torno a si el descubrimiento del saudí se debe a los demócratas o los republicanos, a la acuciosa recolección de información de inteligencia o a la tortura, a si hubo errores de procedimiento en la operación o si se debió haber capturado con vida a Bin Laden para juzgarlo ante un tribunal. La discusión puede descarrilarse.


Y es probable que ese peligro deje bajo la mesa temas esenciales en esta coyuntura. Lo son la economía, el endeudamiento, las pensiones, la salud y la migración, desde luego, pero también las guerras de Afganistán e Irak, y la recuperación del país que se perdió en 2001. Son interrogantes sensibles: ¿Tiene sentido seguir manteniendo 100 mil efectivos en Afganistán, en una guerra que ya cuesta 440 billones de dólares a un país en crisis presupuestaria? ¿No hubiese sido más efectivo destinar semejante volumen a mejorar las condiciones de vida en ese país? ¿Debe Estados Unidos seguir patrullando el mundo y financiando la seguridad de Occidente? ¿Tiene sentido tener hoy un ejército más poderoso que cuando existía el Pacto de Varsovia? ¿Está el país condenado a mantener por siempre un aparato de seguridad que devora cifras siderales y afecta la vida cotidiana del ciudadano?


Mientras los políticos estadounidenses sigan analizando el tema de Osama bin Laden con la calculadora puesta en las próximas elecciones y no como epílogo de un brutal capítulo del pasado, no lograrán restablecer el sentido común dentro de la política, ni dar respuesta a las interrogantes que oscurecen el horizonte nacional. Mientras los políticos sigan atados a declaraciones efectistas y que polarizan, no lograrán concentrarse en los retos que plantea la creciente pérdida de hegemonía de la superpotencia, ni dar el golpe de timón que Estados Unidos precisa.


Osama bin Laden es el pasado. Su muerte es la oportunidad que ahora tiene Estados Unidos para volver los ojos al futuro.