Abandono, por Adolfo
Ibáñez.
El movimiento que agita a la Región
de Aysén apunta a múltiples objetivos que no fueron fáciles de definir. Sus
dirigentes surgieron de la ocasión y no les ha sido fácil ordenar y disciplinar
a los manifestantes. Hay que ver en ello el afloramiento de un malestar anímico
generalizado, más allá de las peticiones que apuntan a cuestiones materiales y
económicas.
Esta realidad medular le dificultó
al Gobierno comunicarse convincentemente con los chilenos de aquella región para
entablar un diálogo fructífero y pacificador. Esgrimió el bajo desempleo y el
notable índice del crecimiento económico regional, lo que no ayudó al diálogo,
pues las peculiaridades de esa zona y su corta población hacen más complejo
expresar en cifras la realidad cabal de su vida. En su forma externa, el
problema tocó un asunto de seguridad interior, pero en lo íntimo de él, la
clave para su comprensión radicó en el abandono de que ha sido objeto por parte
del Estado desde siempre.
No han faltado motivos para ver un
parecido con el movimiento estudiantil del año pasado, percibiendo que, al
igual que aquél, la multiplicidad de objetivos y su radicalización lo debilitan
y desdibujan. Tampoco se lo puede aislar de la movilización magallánica
suscitada por el subsidio al gas. Si continuamos hilando por esta senda, se lo
emparienta con el desasosiego que se percibe en Arica y con los sentimientos de
los afectados por los terremotos de Tarapacá y de Tocopilla. Y, también, con
los del terremoto grande de 2010, avivado hoy por el oportunismo político.
El problema que
descubre el movimiento de Aysén es el abandono en que nos encontramos. Esto
último parece una paradoja, considerando las actuales buenas cifras económicas
nacionales, el bajo desempleo y, además, la multiplicidad de subsidios que
benefician a una parte importante de la población. Se olvida que estos últimos
-los subsidios- tuvieron su origen en la dejación de la clase política que,
antes que potenciar la vida del país con nuestra propia pujanza, prefirió
magnificar malestares grupales, para luego aminorarlos recurriendo a los
extraordinarios ingresos del cobre de la última década. El resultado de tal
política fue que por todo el país comenzaron a prevalecer las angustias antes
que las esperanzas. Es preciso revertir esta situación, convenciendo que las
políticas y las medidas del Gobierno apuntan a fortalecer una sociedad de
oportunidades y resaltar el valor que ello tiene para el futuro de cada chileno
en particular.