Allamand y su Defensa,
por Gonzalo Rojas.
Nos encontramos en la calle, sólo tres días antes de su designación como ministro.
Fue cordial. Casi siempre lo ha sido conmigo, a pesar de nuestras diferencias respecto de lo que le conviene a Chile. Son cerca de 40 años de distanciamiento, desde aquella amistad infantil.
Me dijo que yo debería ser más abierto, que su proyecto de Acuerdo de vida en común era el único que garantizaba que no habría en Chile "matrimonio" homosexual (¿se lo habrá reconocido así al Movilh?) y, con entusiasmo, me animó a conversar.
Hablar. Ha sido la característica más positiva del persuasivo Andrés Allamand a lo largo de toda su carrera. Además, siempre ha afirmado que también le interesa oír, aunque esta segunda parte del diálogo no queda tan clara cuando se trabaja con él.
Esas serán, en todo caso, las dos actitudes por las cuales se lo juzgará. Porque Allamand ha escogido un ámbito en el que será evaluado día a día y no cada ocho años. Una tarea en la que competirá contra sí mismo, no como en Valdivia en que corrió solo y ganó sin contratiempos un cupo senatorial ya asegurado. Él lo sabe perfectamente, y aunque nunca ha estado sometido a ese tipo de medición -la que hace un jefe respecto de un funcionario-, si la ha aceptado, es porque está adecuadamente prevista dentro de su carta Gantt.
En junio pasado se afirmó en este mismo espacio: "Antes fue una travesía en el desierto; por ahora es la travesía de un vigilante; más adelante, cuando lo estime oportuno, será abiertamente la ruta del precandidato presidencial". Esta semana, efectivamente, Allamand ha considerado oportuno comenzar la travesía de su precandidatura presidencial.
Y ha escogido un buen lugar: Defensa. Podrá hablar públicamente sin decir casi nada comprometedor. Enfrentó su primera crisis y la resolvió con criterios de manual.
Lo importante vendrá en sus días de rutina, porque el ex senador ha encontrado un ámbito perfecto para recorrer todo el país, conocer a fondo las fuerzas vivas de las regiones, repetir consignas de buena crianza sobre la patria y la soberanía y, por lo tanto, posicionarse como un estadista supuestamente moderado e integrador. Todo en tono amable y sin contradictores, porque las Fuerzas Armadas no son un contrapeso del Poder Ejecutivo, como sí les sucede a casi todos los restantes ministros. ¿Le suena... Bachelet?
Dentro, en el gabinete, jugará ciertamente otras cartas. Ahí, en el secreto de las discusiones y de las negociaciones, su capacidad de aparecer por la espalda, su amplitud de maniobra, su ironía amable pero sagaz, descolocarán a más de un técnico... a casi todos más bien.
Pero en la esfera pública también tendrá que oír. Superado el caso Le Dantec, no van a ser los mandos uniformados quienes lo importunen, porque la disciplina seguirá los conductos regulares. Serán otros, serán las clases pasivas de las Fuerzas Armadas las que le plantearán sus demandas.
Clases pasivas no por su estricta condición previsional, sino por la pasión que experimentan hace ya años en el plano judicial, sometidas a oprobios y arbitrariedades que ningún grupo social sufre en Chile.
Ni en el Ministerio del Interior ni en el de Justicia han encontrado esos uniformados en retiro una acogida concorde con la igualdad que debe operar en el tratamiento de los derechos humanos. El desafío será ahora para Allamand, porque hasta hoy las promesas hechas por el candidato Piñera en su campaña siguen pendientes. El ministro tendrá que oír: después, él verá si se hace cargo.
En todo caso, haga lo que haga, él mismo ha escogido el camino de la subordinación. Ya no se manda solo y por eso, quizás un día distinto del previsto por el propio Allamand, el ministro se quedará sin Defensa.