Che Guevara y la traición comunista, por Víctor Farías
El mundo izquierdista ha rememorado en estos días la muerte de su ícono más celebrado, Ernesto Che Guevara. El mismo a quien Jean Paul Sartre denominara “la más noble flor espiritual del siglo XX”, pero cuya aventura en Bolivia, su camarada Regis Debray describiera como “un lento camino hasta el suicidio”. Con razón, porque Guevara fue, al decir del ejecutado general cubano Ochoa, “un perdedor, un fracasado”.
Según las normas elementales del marxismo revolucionario, Guevara fue poco más que un improvisador aventurero, pequeño burgués, que condujo a sus guerrilleros a una masacre que sólo serviría para dejar en claro como NO se hace una revolución.
Enfermo de asma, pero con un habano en la boca, consigna en su diario que algunos de sus compañeros se ahogaron en un río “porque no sabían nadar”. Eso en medio de una jungla que comparada con las selvas de Vietnam, parecía parque nacional.
Su ejemplo sólo iba a servir para constituirlo en víctima, como tantos otros izquierdistas improvisadores. También para adornar las camisetas de izquierdistas light en California, París o Chile.
Nadie ignora que fue traicionado por todos los izquierdistas bolivianos. En especial por el Partido Comunista de Bolivia que lo dejó sin estructuras de abastecimiento en las ciudades, condenándolo a muerte segura. Todos saben hoy que, como en el caso de otros próceres progresistas, nunca se ha podido encontrar un título auténtico de médico-cirujano en la U. de Buenos Aires.
Será también muy interesante cuando se abran los archivos políticos cubanos verificar la veracidad de múltiples informes verbales que aseguran haberlo visto ejecutar personalmente a estudiantes en las cárceles cubanas. Lo que sí sabemos con certeza es que él acuñó con perversa sutileza y precisión su famosa frase: “Cuando caigan en medio de los disparos de metralleta para aniquilar el enemigo deben saber que todo, absolutamente todo, debe hacerse por amor al odio”.
Solon decía que ni las recompensas ni los castigos son necesarios: nuestras propias acciones nos premian o nos castigan por sí mismas. Cuba y su esperpéntico ‘supremo líder’ dicen reverenciarlo, lo sacralizan y convierten en arquetipo de la historia universal, pero los documentos, que son el único vínculo serio y fundado con la realidad histórica, revelan cosas muy diversas.
En un acta del 16 de julio de 1970, conservada en el Bundesarchiv de Berlín, que relata “un intercambio entre el camarada Markowski y el camarada Montes, miembro de la Comisión Política del Comité Central del Partido Comunista de Chile celebrado el 15 de julio de 1970, en que se informa sobre un encuentro entre el camarada Fidel Castro y el camarada Volodia Teitelboim, miembro de la Comisión Política del Comité Central del PC chileno”, se puede leer:
“El camarada Teitelboim visitó Cuba a fines de junio de 1970 por iniciativa del Partido Comunista de Chile para cumplir con el acuerdo del encuentro de los partidos comunistas en Moscú en orden a fortalecer las relaciones entre partidos hermanos y para superar la crisis de las relaciones del Partido Comunista de Chile y el Partido Comunista de Cuba”. En lo relativo a Chile, “el camarada Castro afirmó que confiaba en el triunfo de la clase obrera chilena y que el triunfo de las fuerzas de izquierda debía conducir a la revolución. Esta victoria y su efectiva defensa ahora son posibles.” (Op. cit).
Pero a la vez sobre “Che Guevara” se puede leer: “El camarada Castro expresó que los camaradas cubanos no aceptaban que él fuese a Bolivia, porque a su criterio no existía en absoluto un tiempo maduro como para emprender esa tentativa. Pero ellos no pudieron impedirlo”.
Nuevamente hay que aprender de Aristóteles: “Dos bandidos pueden robar y asaltar juntos, pero nunca van a ser amigos porque la amistad es una virtud, la mayor de todas”.
martes, octubre 30, 2007
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