Duelo.
Por Adolfo Ibañez
Chaitén está de duelo. Todo Chile debería estarlo ante la arbitrariedad con que las autoridades han dispuesto del destino de esa localidad austral. Por lo menos tres cuartos de sus casas están habitables, aunque al-gunas bloqueadas por la arena del río. Su plaza está intacta y sin restos de ninguna catástrofe. Lo mismo buena parte de sus calles y edificios públicos. Un sector importante podría ya contar con agua potable y electricidad. El volcán no constituye una amenaza física y de salud mayor que la de otros que están activos.
Los terremotos de 1906 en Valparaíso, 1939 en Chillán, 1960 en Valdivia y 1985 en San Antonio devastaron en mucho mayor medida a esas ciudades. El peor desastre que ha afectado a Chaitén es la completa falta de respaldo del gobierno central a sus vecinos. Esto es lo que los tiene en resistencia: no han encontrado apoyo ni comprensión en las autoridades, las que han bloqueado toda posibilidad de recuperar los daños producidos por la crecida del río Blanco. Los veci-nos reclaman a viva voz el reencauzamiento de este río como paso previo. Una vez solucionado ese problema, los demás daños materiales son recuperables.
El 19 de febrero reciente hubo una minierupción, de la cual no había rastros dos días después. En ese momento se habló de fisuras en la falda del volcán y de un desprendimiento del domo que habría escurrido casi hasta la población. Las fotografías aéreas desmintieron esas afirmaciones. Dicha actividad volcánica fue magnificada para lanzar la ope-ración "nueva Chaitén": un chiche de planificadores y funcionarios cómodamente apoltronados en Santiago y engolosinados con su obra de arte. Esto les significa a los chaiteninos perder todo el esfuerzo de su vida por culpa de estos santiaguinos, ya que no por la de las furias de la natura-leza, que todo el país ha experimentado a su debido turno. También Santa Bárbara, la más hermosa playa de ese lugar, quedará aplastada bajo un con-junto de barracones provisorios.
El desastre de Chaitén proviene de la mediocridad y el voluntarismo de los pijes involucrados -funcionarios y planificadores-, que impiden el esfuerzo de reconstrucción. Disimulan su incapacidad con medidas totalitarias revestidas de belleza y altruismo, tal como en su época lo fueron las "reformas estructurales" de los años 60 y 70, que crearían un país bello y justo. Ya conocimos el desastre a que ese intento nos llevó. Por esto, Chile debe estar alerta y de duelo frente a lo que ocurre en aquel puerto.
Nota de la Redacción:
Pocas cosas pueden llegar a ser tan peligrosas como los incapaces disfrazados de de personas útiles o peor que los totalitarios jugando a posar de demócratas.
(Tomado de Diario El Mercurio)