Más allá de las ideologías,
por David Gallagher.
Aproveché el fin de semana largo para hacer un paseo de familia a Buenos Aires, así que me perdí el discurso del 21 de mayo. No me arrepiento, porque a la vuelta lo leí con calma, y porque estar en Buenos Aires, donde la política se parece a una novela de intrigas, ayuda a apreciar lo sana que es la chilena.
De vuelta en el país, y antes de leer el discurso, me sorprendió encontrarme con que éste expresaba, para algunos, nada más que la continuidad de las políticas de la Concertación, y para otros, la repetición de antiguos dogmas de derecha. Me pareció raro que un solo discurso significara cosas tan distintas para distintos públicos. Raro, pero no necesariamente malo. En Australia, cuando era Primer Ministro John Howard, se inventó un término —dog whistle politics, o “política de silbido de perro”— para describir su retórica, en que supuestamente había palabras que eran oídas por una persona y no otra. Los perros oyen silbidos de baja frecuencia que son inaudibles para los seres humanos. ¿Estaba Sebastián Piñera incurriendo en dog whistle politics? ¿Era esa la explicación de por qué había interpretaciones tan diversas de su discurso?
Al leerlo, me encontré con una retórica fina, sutil, que algo de dog whistle tiene, en el mejor sentido. Yo, como liberal, oí todo lo que quería oír, pero le puede haber pasado lo mismo a un socialdemócrata. Menos mal. Hoy día casi todos queremos crecimiento, casi todos creemos que se da mejor con una economía social de mercado, y casi todos queremos, también, protección social. Son esos objetivos, para nada contradictorios, los que el discurso de Piñera refleja. Su aporte es a que sean realizables en forma sostenible, lo que no era ya el caso con el gobierno anterior.
Con la crisis de deuda hipotecaria sub-prime de Estados Unidos, se decía que había entrado en descrédito el modelo neoliberal anglosajón, y ahora, con la crisis de deuda soberana sub-prime europea, se dice que lo que se ha derrumbado es el modelo europeo de bienestar. Pero lo que ha habido estos años es algo que no se debe a ninguna ideología: una gigantesca cantidad de liquidez, producto de desequilibrios en las cuentas corrientes, que minó la disciplina con que los inversionistas escogían sus inversiones, y la disciplina que les exigían a sus deudores. Eso permitió que floreciera un populismo político light, nutrido por exceso de endeudamiento. En Chile, si bien no nos endeudamos, teníamos el alto precio del cobre para animar la fiesta: el efecto era el mismo
Lo que ha hecho crisis en el mundo es el afán voluntarista de gastar más de lo que se produce. Lo estábamos haciendo en Chile. Como dijo Piñera, “en los últimos cuatro años, la productividad, en lugar de crecer, se contrajo, pasando a ser un lastre en vez de un motor de crecimiento”. Por eso, “llegó el momento de recuperar el tiempo perdido y poner a Chile nuevamente en la senda del progreso sólido, sostenido y sustentable”.
El modelo chileno, exitoso, es de crecimiento vía economía social de mercado, con protección social adecuada. En los últimos años, la Concertación descuidó el crecimiento, con lo que el modelo se volvió insostenible. Por eso ganó Piñera. Por eso los chilenos quieren ese “cambio de mano” que él promete. Lo quiere no sólo en temas de delincuencia, sino en reformas que nos hagan más productivos. Algunas van a requerir confrontar a grupos de interés, sean profesores, jefes de sindicatos o dueños de bancos. Pero unas dos o tres batallas bien libradas, como lo fue la naval de Iquique, son parte necesaria de la épica a la que nos va a conducir Piñera, si ha de llevarnos a nada menos que al desarrollo.