Venezuela:
una democracia de pan y circo,
por Andrés Volpe.
Los venezolanos que hoy se encuentran
en las calles protestando ya por más de un mes entre guarimbas, bombas
lacrimógenas, marchas y enfrentamientos directos con la Guardia Nacional
Bolivariana (GNB) piden por un llamado universal que hace eco en Egipto, Siria
y Ucrania, como en muchas otras partes del mundo donde la lucha por la
democracia es silente y estrangulada por poderes estatales.
La democracia tuvo su apogeo luego de
la caída de la Unión Soviética la cual hizo que surgieran en Europa
central multitudes de democracias. El impulso mundial por este sistema de
organización estatal siguió su progreso hasta la década que empezó en el año
2000. Freedom House en su reporte del 2014 establece que el 40% de la población
mundial vive en condiciones de libertad auspiciadas por gobiernos democráticos.
No obstante, se hace evidente el retroceso de naciones consideradas
"libres" en el caso de Medio Oriente, Eurasia y China.
Así mismo, se puede apreciar en el
reporte que mundialmente ha habido un desmejoramiento y retirada continua de
las democracias. Más importante todavía resulta el hecho de pensar que, aunque
se considere que la democracia es el sistema de organización estatal estándar
en el mundo, menos de la mitad de la humanidad disfruta de ella. Este hecho
destruye la concepción de la libertad como condición moderna de la humanidad y
rotundamente afirma que el camino que hay que recorrer en la lucha contra el
autoritarismo es aún larga.
En América Latina resulta difícil
descubrir un progreso lineal hacia la democracia. La democracia implica un
progreso continuo de mejoramiento en los ámbitos políticos, económicos y
sociales; ella no se puede entender sin vincularla a la idea del progreso
humano hacia la modernidad. Esta idea es difícil de digerir en un continente en
el cual, según Latinobarómetro en su informe de 2013, la precariedad de las
condiciones de vida, la pobreza, la desigualdad, la discriminación y la
corrupción estatal siguen siendo los grandes problemas a resolver y los
grandes obstáculos a ser superados.
La década de los 80 significó para
América Latina el inicio del progreso hacia la consolidación de la democracia
en la región. Hacia el comienzo de esta ola de democratización solo existían
tres democracias en la región: Colombia, Costa Rica y, irónicamente, Venezuela.
Ya para los 90' todos los países de la región eran democráticos o estaban
sometiéndose a procesos democratizadores con la excepción de Cuba y Haití.
Ahora bien, el sueño democrático en
América Latina fue uno de corta existencia, ya que desde 1993, según estudios
realizados por Mainwaring y Pérez-Liñán titulados Democratic Breakdown and
Survival in Latin America, 1945 - 2005, la percepción, por parte de los
ciudadanos de estos países, de la democracia como sistema preferente sobre
cualquier otro sistema de organización del Estado fue decreciendo hasta el
2005. Quizás ello pueda explicar la presencia hoy en día de regímenes
híbridos en la región en los cuales se pueden encontrar democracias
formales, pero que en la realidad reprimen las libertades esenciales a la
democracia liberal.
Venezuela, bajo el gobierno de
Hugo Chávez, fue la consecuencia del desencanto que sufrieron los
venezolanos por la democracia. El gobierno del "Comandante", desde
sus inicios, pretendía ser la nueva vía para burlar los obstáculos y las
ineficiencias traídas por un Estado percibido inepto y desasociado con las
realidades de la pobreza en el país.
Se inició con un cambio
constitucional para terminar por el levantamiento de estructuras paralelas
al Estado liberal clásico: las misiones y otros programas sociales que,
auspiciados por el gobierno, eran la vía rápida para satisfacer las faltas en
educación, alimentos y salud. Dichas estructuras fueron creadas de facto y
luego integradas al cuerpo normativo de la ley. Eran el "atajo" que
brindaba Chávez a los sectores de pobreza que concebían al Estado como un ente
kafkiano.
No obstante, la mayoría de las
misiones fueron siendo abandonadas para crear otras que satisfacían las
necesidades más apremiantes de los pobres antes de los eventos electorales, es
decir, los programas sociales se creaban o abandonaban dependiendo de su
efectividad al momento de recolectar y asegurar votos. Hoy en día, el modelo se
ha hecho insostenible hasta el punto de que Nicolás Maduro, el sucesor
de Hugo Chávez, ha jugado con la idea de poner en efecto una carta de
racionamiento alimentario para "paliar la escasez y acabar con la
especulación".
Es evidente que Venezuela ha perdido
su estado democrático aun cuando formalmente celebre elecciones y los poderes
estatales estén organizados, al menos nominalmente, a la manera de Montesquieu.
En un ensayo sobre la democracia publicado por la revista de análisis inglesa The
Economist, el primero de marzo de este año, se establece que una de las
razones por la que tantos experimentos de democracia han fracaso es por el
énfasis exagerado que se ha puesto en la celebración de elecciones como
requerimiento primordial de la democracia y la poca atención que se le ha
dedicado a otros elementos esenciales (Estado de Derecho, reserva legal,
garantía de los derechos individuales y de propiedad, y la defensa de las
minorías). Así mismo establece en el mismo ensayo que las democracias más
exitosas han funcionado porque han evitado caer en la "tentación del
mayoritarismo", entendido como la acción de actuar de acuerdo al
capricho de las mayorías.
El pretendido soporte popular que
disfrutó Hugo Chávez durante su gobierno en múltiples elecciones lo motivó a
obrar de una manera caprichosa y establecer un sistema que solo atendía un
designio ideológico socialista y a un intento romántico de reivindicación
social que ha dejado al país en la miseria y en una situación precaria de
gobernabilidad. El populismo mediante programas sociales ha confirmado
las palabras de Platón y su principal preocupación por la democracia, ya que
este aseguraba que los ciudadanos vivirían en el día a día disfrutando de los
placeres del momento y olvidándose del bienestar a largo plazo.
Chávez ha muerto y la pretensión
democrática en Venezuela también se ha ido con él. Nicolás Maduro no
tiene la capacidad ni el liderazgo para seguir poniendo en movimiento la
maquinaria electoral que había perfeccionado Chávez para asegurar
internacionalmente la etiqueta democrática. La represión brutal que está
sufriendo el venezolano en la calle y en sus hogares es la evidencia de que la
democracia en Venezuela nunca fue más allá de un circo cuidadosamente ensayado
en el cual la tolda circense se ha caído. La democracia en un país no se esfuma
de un día para el otro, sino es un proceso lento y minucioso de decepción
política. Maduro es un payaso que, cansado de sonreír, se ha quitado el
maquillaje.
Tomado de http://www.elmundo.es