Ser democratacristiano hoy,
por Gonzalo Rojas Sánchez.
¿Habrá algún DC que no reconozca que su partido vive hoy momentos muy difíciles? Y, claro, no se trata del Padena o de la API, sino de una de las colectividades más relevantes en la historia de Chile en los últimos 70 años, por lo que es toda la política chilena la afectada.
Derrotado su reciente candidato presidencial; descolocada su dirigencia concertacionista por el progresismo ilimitado de sus socios; desanimadas sus bases por la indefinición de sus dirigentes, todo le tiembla, más allá de una exitosa elección de senadores. Una triple D —derrota, descolocación y desánimo— inunda la conciencia democratacristiana. Es cierto que ese órgano clave —que hace de válvula de seguridad en la vida personal y colectiva— hace ya años que en la DC no funciona como debe, pero también es efectivo que los viejos falangistas todavía se preguntan cómo es posible que haya sucedido todo lo que les pasó; se interrogan sobre tantas cosas mal hechas y apenas encuentran respuestas.
“La defensa del hombre amenazado en su realidad espiritual antes que en las estructuras más exteriores, y la defensa de ciertos valores universales es la tarea urgente”, afirmaba un autor. Y otro añadía: “Los acontecimientos de la política nacional, las nuevas orientaciones del pensamiento católico, las directivas pontificias y otras causas contribuyeron a formar una generación juvenil de acusados perfiles propios, que encerraba valores indiscutibles y manifestaba definida personalidad, dentro de amplia y consistente homogeneidad”.
Eso fue la DC originalmente: convicciones fuertes, junto a organización y mística, para defenderlas y promoverlas. Son citas que los viejos falangistas reconocen de inmediato y a las que adhieren con reverencia. Pero son sentencias que los actuales DC —en su mayoría, buenas personas— consideran quizás algo ñoñas o beatas.
Si aún las valoraran, de ninguna manera la Democracia Cristiana exhibiría una confusión tan grande sobre qué es la persona humana y qué implica proteger su dignidad y su trascendencia.
Porque el principal error de la DC actual no está en sus concepciones estatistas, ni en su desmesurado democratismo, ni en algunas de sus fórmulas económicas fracasadas, sino en la manera gelatinosa en que el partido conceptualiza sobre el ser humano.
Y si tuvieran en cuenta aquellas antiguas afirmaciones, no temerían asumir un camino propio, depurado del mesianismo de los 60, pero fuerte en perfiles bien diferenciados. Por el contrario, hoy la DC aparece en tantas materias simplemente como otro PPD, sólo que disfrazado con ropajes algo clericales cuando la amenaza progresista toca a degüello.
Finalmente, si consideraran aquellas frases como vigentes, no habrían facilitado la presencia en el Congreso —sí, en listas comunes— de quienes niegan todos y cada uno de los presupuestos cristianos del orden social y, de paso, han combatido con energía a los propios falangistas desde su origen, allá por fines de los años 30. Pero lo que les espera es todavía peor si no reaccionan: rendirse a una alianza aún más amplia con las izquierdas, con ese PC presente y creciente, bien amparado en sus variados socios.
(Por cierto, las citas referidas corresponden a Eduardo Frei Montalva y a Alejandro Silva Bascuñán, respectivamente).
Lo que haga la DC —podría pensar alguien— es problema de ella. No: ciertamente, puede ser problema y drama para Chile y, en especial, para la UDI y su necesidad de aprender de los errores falangistas.
Desgraciadamente, siempre cabe la posibilidad de que clame algún democratacristiano: ¡Que no nos vengan a dar lecciones desde fuera!
¿Y de dónde si no?