La visita de Obama,
por Hernán Felipe Errázuriz
La visita del Presidente Obama, espero acompañado de Michelle, es un acontecimiento para la cooperación bilateral y para plantearse frente a Estados Unidos en un plano de menos desigualdad, y también es una oportunidad para que Chile asuma sus avances y debilidades, y se proyecte al mundo bajo fórmulas renovadas.
Barack Obama había postergado a Sudamérica; no la conoce; la visitará por primera vez. Más importante, debía estrechar sus lazos con Dilma Rousseff, Presidenta de Brasil, la única economía de clase mundial de Latinoamérica y con un potencial de hidrocarburos que puede permitir terminar con la frágil dependencia norteamericana del petróleo venezolano. La mandataria brasileña le facilitó las cosas con sus críticas a los derechos humanos en Irán, lo que Lula no hizo.
El Presidente Obama asumió estas realidades de manera inédita: anunció su viaje Sudamérica ante el Congreso de los Estados Unidos, con ocasión de su Mensaje Anual a la Nación.
En su gira incluyó a Chile y por buenas razones. Visitar Brasil e ignorar al resto de la región habría sido demasiado, y Chile adquirió una visibilidad internacional excepcional en 2010. Cómo enfrentó catástrofes impactantes en el mundo, el terremoto y el rescate de los mineros permitió que la Casa Blanca destacara nuestras instituciones democráticas, el modelo económico y el liderazgo del gobierno de Sebastián Piñera.
Chile ya no pasa desapercibido y debe capitalizar esa exposición, como también corregir las numerosas falencias que dañan su imagen. La violencia en Magallanes y en Rapa Nui, el mal estado de la educación y los índices de pobreza inaceptables, las ráfagas de disparos de delincuentes para despedir a las víctimas del incendio de la cárcel de San Miguel y algunas extravagancias de nuestras autoridades, son rápidamente cubiertos por la prensa mundial, con reportajes negativos para la imagen chilena. Es el precio de la fama que significa asumir lo bueno y lo malo y, también, mayores compromisos internacionales. Es lo que espera el resto del mundo y Obama: suponen que no eludiremos participar en temas globales polémicos, en programas de desarrollo para terceros países, operaciones para mantener la paz y en otras dimensiones en las que podríamos aportar. Ya no es creíble guardar silencio ante abusos que se cometan, sea en Corea del Norte, Irán, Cuba o Venezuela, o que permanezcamos impasibles frente al anacronismo de los organismos regionales y no es razonable que no tengamos misiones diplomáticas suficientes con residencia en África y ninguna en Asia Central ni en los países bálticos.