Valparaíso, víctima de dos males,
De 10 profesores universitarios consultados, ninguno sabía que desde el viernes pasado se está realizando el Fórum Universal de las Culturas Valparaíso 2010, obviamente en el puerto principal. Por el contrario, desde mucho tiempo atrás, la Concertación lo sabía perfectamente, pero en el presupuesto 2010 no le asignó un peso al evento. Lógico, esos fondos los iba a administrar Jorge Castro, el alcalde UDI de la ciudad. Nada debía dársele al municipio, aunque al momento de plantear Valparaíso su postulación, se había comprometido el apoyo gubernamental al entonces alcalde Cornejo, DC.
Por eso, en un primer recorrido por el puerto, el observador se encontrará con unos escuálidos cartelitos informativos, que lo hacen pensar más en una reunión de juntas de vecinos que en un gran encuentro cultural mundial.
Es que no hay para más, y ya es notable lo que están haciendo el alcalde y su equipo para tratar de sacar adelante el magno evento. No hay para más, porque el presupuesto total del Fórum asciende a mil 600 millones, de los cuales el Gobierno, vía FNDR, aportó casi mil. Los otros 600 millones provienen del Programa de recuperación y desarrollo urbano de Valparaíso, a través de un directorio presidido por Castro.
Es muy poca plata para lo que se debiera haber intentado, y menos aún si se compara con las dos versiones anteriores, de Barcelona (2004) y Monterrey (2007), cuyos presupuestos fueron de 80 millones de euros y de 200 millones de dólares, respectivamente.
Pero hay por ahí un parrafito que complica más la cosa. Dice así: "En un momento en que Chile requiere insertarse en un mundo cada vez más globalizado, es importante comprender que el desarrollo de una nación está fuertemente vinculado a la fuerza de su cultura y al aporte que su patrimonio hace al desarrollo de su identidad, lo que permite encarar esa inserción con sello propio y una imagen que fortalezca sus valores, raíces e historia".
Sí, esas palabras -como bien sospecha el lector- constituyen una afirmación central en el programa del gobierno actual, pero son un compromiso que contrasta con la realidad económica del Fórum.
Pero, cuidado, el problema no es de cifras solamente: los números a veces no dejan ver el alma. Y el problema es del alma. La Concertación, las izquierdas, saben perfectamente bien qué hacer con los actos culturales: una variopinta puesta en escena del tutti quanti que la imaginación pueda concebir, sin cánones ni criterios, sin límites ni chequeos. Sí, porque para el mundo concertacionista todo es arte, todo es cultura, y todo arte y toda cultura son, también, política.
La Alianza, la derecha, no sabe. No tiene hoy un relato cultural de fuerte base teórica que pueda ser operativo y competitivo. Apenas comprende la radicalidad de la verdad; casi nunca defiende la integridad del bien; huye con frecuencia de la promoción de una delicada belleza; se cansa ante la necesidad de encontrar la unidad de todo lo diverso en su común origen.
Es demasiado fuerte el desequilibrio: unos haciendo cualquier cosa -muchas cosas, por cierto- y llamándolas cultura; otros declarando buenas intenciones, pero dedicados a tareas bien distintas.
Quizás eso explica que cada vez que haya que financiar iniciativas de eventual trascendencia cultural, en las derechas sólo existan dos actitudes: los que se niegan a darles plata a los iconoclastas, y los que felices la entregan, para recibir créditos por su pluralismo y su modernidad. Tal vez en esto último radicó la diferencia que alejó al subsecretario Bär del ministro Cruz-Coke. Ni unos ni otros parecen estar muy dispuestos a pensar a fondo qué significa lo propuesto en el programa de gobierno.