Piñera y la UDI, ¿se entenderán?,
por Gonzalo Rojas Sánchez.
Es seguro que el Presidente Piñera tiene un diseño político para RN. Por cierto, eso es legítimo y conveniente: es su partido, es su gente (aunque él ya no milite), y el Presidente es, ciertamente, su principal líder.
Pero es muy probable que tenga además —delicadamente reservado, por ahora— un proyecto referido a la UDI. También tiene Piñera todo el derecho a pensar en el futuro de su segundo partido de gobierno, para plantearle tareas y desafíos (y quizás también alguna enmienda) en su actuación.
Pero la tarea con la UDI es mucho más complicada para el Presidente, porque ¿sabe el partido más grande de Chile exactamente qué desea de sí mismo en su relación con el Gobierno?
No, no lo sabe. Si ya desde los primeros nombramientos y hasta la discusión sobre el plan de reconstrucción se habían dado señales de visiones diferentes en su seno, el retorno de Longueira en la última semana ha marcado aún más la diversidad de planteamientos en la UDI respecto de La Moneda. Legítimos, vitales, más certeros unos que otros, pero ciertamente distintos entre sí.
O sea, quien primero tiene que aclararse respecto de lo que quiere es la propia UDI.
Ante todo, no costaría mucho declarar oficialmente que -por definición- el programa de gobierno es sólo en parte el texto que la colectividad de Coloma quisiera haber redactado; que hay uno que otro enfoque, uno que otro énfasis, que no satisfacen y, por cierto, que algunas proposiciones demócrata independientes no quedaron dentro del programa. Obvio: había que transar en cosas accidentales, pero eso no significa que se renuncie a ellas durante cuatro años. Esa sola declaración facilitaría mucho (con tres meses de retraso, eso sí) la formulación tanto de las críticas como de los apoyos al Gobierno.
Pero también respecto de los nombramientos puede ser la UDI mucho más clara. Debiera dejarse sólidamente establecido que cuando fracase uno (o varios) de los jóvenes profesionales incorporados al Gobierno desde las filas guzmanianas, nadie en el partido hará causa común con el fallido, justamente porque la excelencia ética y profesional es un imperativo para los de Guzmán. Pero que eso significará, al mismo tiempo, defender con la máxima fortaleza a todo funcionario prescindible por acomodos de circunstancia, por futuros intereses electorales del partido socio… por ejemplo. Quizás sea duro advertirlo, pero eso es más leal que, sin aviso previo, proferir berrinches a futuro (que los habrá).
Una tercera cuestión es todavía más delicada e imprescindible: la elección interna en la UDI, programada para fines de agosto.
Nada de raro sería que el Presidente Piñera tuviera ya su candidato, es decir, que prefiriera una mano amiga y suave, dialogante y componedora. Pero es a la propia UDI a la que le corresponde aclararle al Gobierno (porque si no, más adelante, en palacio se quejarán de una amenaza nunca anunciada) que es muy probable que en sus elecciones internas haya candidatos con miradas mucho más exigentes o duras, mucho más proclives a golpear la mesa, aunque sólo sea de cuando en vez.
O, dicho sin rodeos, que a Juan Antonio Coloma bien podrían reemplazarlo José Antonio Kast, Pablo Longueira o Jovino Novoa, con sus matices entre ellos, pero ciertamente diferentes en su eventual relación con La Moneda.
Quizás algunos en la UDI prefieran dejar en la nebulosa los tres puntos anteriores y no dar señales claras al Presidente sobre el tipo de partido con el que debe relacionarse. Quizás prefieran esa indefinición que facilite un pragmatismo caso a caso.
Pero una ambigüedad así desgastaría lógicamente la imagen y la realidad de la propia UDI, tanto en el Gobierno como en la opinión pública.