Sociedad de derechos,
por Mariana Aylwin.
Me tocó seguir una interesante discusión entre personas que, teniendo una
visión política común, viven realidades diferentes en comunas distintas de
Santiago. El tema debatido era la importancia de fortalecer la educación
pública para disminuir la segregación. Los mejores argumentos corrieron por
parte de quienes tenían hijos o nietos en la educación privada pagada,
residentes de los sectores más acomodados de la ciudad. Con pasión, se defendió
la tesis de invertir más recursos y dar mayores atribuciones a la educación
provista directamente por el Estado y disminuir la educación privada
subvencionada para nivelar la cancha. Quienes rechazaron tal idea con similar
pasión fueron quienes tenían a sus hijos en colegios privados subvencionados.
Postularon que sería injusto no dar un trato igualitario a colegios que
atienden estudiantes similares. Que ello perjudicaría el esfuerzo que hacían
las familias por buscar las mejores alternativas para educar a sus hijos.
Añadieron que no confiaban en una mejoría de la educación provista por el
Estado. A su juicio (o prejuicio), los docentes del sector público no tenían motivación
por enseñar, estaban cansados, faltaban a clases frecuentemente, adherían a
paros y manifestaciones. Por su parte, las escuelas estaban sucias, la
infraestructura no se cuidaba, no había responsables de lo que pasaba. En esa
reunión nadie tenía a sus hijos en la educación Municipal, pero las
expectativas sobre ella y su posibilidad de cambio en el futuro eran
diametralmente opuestas.
Me parece que esta discusión da cuenta del cambio cultural ocurrido en
Chile. Estamos en presencia de una
sociedad más empoderada y con mayores expectativas, que aspira a lo que los
privilegiados ya tienen: oportunidad de elegir y de exigir. Podrá gustarnos
o no gustarnos, pero hemos construido una sociedad de derechos que las personas
quieren ejercer, y, también, una sociedad de consumo, en la cual los criterios
del mercado no sólo están en los instrumentos, sino que además incorporados en
la cultura.
Siempre he pensado que hay un desdén paternalista en quienes critican la
sociedad de consumo desde una vida en que el consumo es algo natural, que se
realiza casi sin conciencia. Y que hay una suerte de despotismo ilustrado de
quienes, desde las alturas, pretenden decirles a los ciudadanos qué es lo mejor
para ellos, que —por lo general— no es lo mismo que ellos hacen. Por ejemplo,
suponer que lo mejor para la inclusión es que la gente mande a sus hijos a la
educación pública y que disminuya la educación privada subvencionada, pero yo
llevo a mis hijos a la educación pagada.
La ciudadanía quiere opciones diferentes y de
calidad para poder elegir entre ellas. El temor
de los padres frente a la reforma educacional tiene que ver con el sentimiento
de que pueda afectarse su derecho a elegir y a exigir. Lo interesante es que se
trata de otra voz ciudadana, tan potente como la de los estudiantes. Éstos
pusieron la demanda por la igualdad y la inclusión. Sus padres han puesto el
acento sobre el derecho a elegir y exigir. El desafío es no considerarlas como
demandas opuestas, sino como complementarias.
Nota de la Redacción:
Por su calidad de militante de la democracia cristiana la Señora Aylwin
está muy lejos de nuestra visión de país, pero, creemos que ella ha
evolucionado para bien al no intentar subordinar lo que conviene al país a las
estrechas visiones partidarias.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario