martes, agosto 19, 2014

Sociedad de derechos, por Mariana Aylwin.





Sociedad de derechos,
por Mariana Aylwin.

Me tocó seguir una interesante discusión entre personas que, teniendo una visión política común, viven realidades diferentes en comunas distintas de Santiago. El tema debatido era la importancia de fortalecer la educación pública para disminuir la segregación. Los mejores argumentos corrieron por parte de quienes tenían hijos o nietos en la educación privada pagada, residentes de los sectores más acomodados de la ciudad. Con pasión, se defendió la tesis de invertir más recursos y dar mayores atribuciones a la educación provista directamente por el Estado y disminuir la educación privada subvencionada para nivelar la cancha. Quienes rechazaron tal idea con similar pasión fueron quienes tenían a sus hijos en colegios privados subvencionados. Postularon que sería injusto no dar un trato igualitario a colegios que atienden estudiantes similares. Que ello perjudicaría el esfuerzo que hacían las familias por buscar las mejores alternativas para educar a sus hijos. Añadieron que no confiaban en una mejoría de la educación provista por el Estado. A su juicio (o prejuicio), los docentes del sector público no tenían motivación por enseñar, estaban cansados, faltaban a clases frecuentemente, adherían a paros y manifestaciones. Por su parte, las escuelas estaban sucias, la infraestructura no se cuidaba, no había responsables de lo que pasaba. En esa reunión nadie tenía a sus hijos en la educación Municipal, pero las expectativas sobre ella y su posibilidad de cambio en el futuro eran diametralmente opuestas.


Me parece que esta discusión da cuenta del cambio cultural ocurrido en Chile. Estamos en presencia de una sociedad más empoderada y con mayores expectativas, que aspira a lo que los privilegiados ya tienen: oportunidad de elegir y de exigir. Podrá gustarnos o no gustarnos, pero hemos construido una sociedad de derechos que las personas quieren ejercer, y, también, una sociedad de consumo, en la cual los criterios del mercado no sólo están en los instrumentos, sino que además incorporados en la cultura.


Siempre he pensado que hay un desdén paternalista en quienes critican la sociedad de consumo desde una vida en que el consumo es algo natural, que se realiza casi sin conciencia. Y que hay una suerte de despotismo ilustrado de quienes, desde las alturas, pretenden decirles a los ciudadanos qué es lo mejor para ellos, que —por lo general— no es lo mismo que ellos hacen. Por ejemplo, suponer que lo mejor para la inclusión es que la gente mande a sus hijos a la educación pública y que disminuya la educación privada subvencionada, pero yo llevo a mis hijos a la educación pagada.


La ciudadanía quiere opciones diferentes y de calidad para poder elegir entre ellas. El temor de los padres frente a la reforma educacional tiene que ver con el sentimiento de que pueda afectarse su derecho a elegir y a exigir. Lo interesante es que se trata de otra voz ciudadana, tan potente como la de los estudiantes. Éstos pusieron la demanda por la igualdad y la inclusión. Sus padres han puesto el acento sobre el derecho a elegir y exigir. El desafío es no considerarlas como demandas opuestas, sino como complementarias.


Nota de la Redacción:


Por su calidad de militante de la democracia cristiana la Señora Aylwin está muy lejos de nuestra visión de país, pero, creemos que ella ha evolucionado para bien al no intentar subordinar lo que conviene al país a las estrechas visiones partidarias.
 




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