NUEVA VERSIÓN: LA MISMA TEORÍA FRACASADA”,
por Hernán Büchi.
La combinación de
individuos con ansias de poder, que se sienten inspirados por una causa moral
en la que tienen que “guiar” a una ciudadanía “incauta” y que creen estar
respaldados por una teoría que estiman con base científica, ha sido
extremadamente peligrosa para el progreso, la vida y la libertad de las
personas.
Los experimentos marxistas del siglo pasado tienen
esa característica. El costo en millones de vidas y su fracaso económico son
innegables.
Su relato era acerca de un sistema de acumulación de capital – el capitalismo,
así bautizado por ellos para contrastarlo con su proyecto que velaría por el
interés común, o comunismo – que era intrínsicamente perverso, en el que sólo
unos pocos prosperarían y las masas paupérrimas quedarían irremediablemente
atrás. Para los que aún hoy lo siguen, poco importa que los hechos hayan
demostrado hasta la saciedad lo contrario.
El hombre que está libre y progresa.
Las
sociedades que se embarcaron en el despreciado capitalismo multiplicaron de 30
a 100 veces su ingreso. No son sólo
cifras económicas. Se produjo un gigantesco aumento en la expectativa y calidad
de vida por el acceso a vivienda, vestimenta, salud y educación que
experimentaron todos, especialmente los pobres. Este fenómeno
no fue sólo de otro siglo. Se ha acelerado con el crecimiento del mundo en las
últimas décadas. La meta para salir de la pobreza corregida a US$ 1,25 diarios
por el Banco Mundial en 2005 habría sido cumplida para 600 millones de
personas, la mitad del total de pobres, al considerar los PIB actuales de
países como China e India rectificados por distorsiones cambiarias. En medio
del roce político que estas mediciones generan, el Banco está proponiendo subir
abruptamente la barrera para salir de la pobreza a US$ 1,78, creando una meta
móvil. Aún así, la reducción es dramática – más de 350 millones de personas.
Piketty o los agoreros de siempre
Pero
a pesar de hechos tan sólidos siempre
afloran agoreros con el mismo relato. Sólo los ricos se
benefician y se deben tomar decisiones drásticas para redistribuir; el
crecimiento es secundario pues igual no llega a los pobres. En Marzo pasado un
economista francés, Piketty, publicó en inglés un libro ya circulando en
Francia y que había pasado sin gloria en su país por ser bien conocida su
posición política. Salta al
estrellato después porque toca la tecla de los que quieren ver al “capitalismo”
como fracasado e injusto y confían en el poder redistributivo y rector de los
políticos. Lo ayuda el apoyo de economistas como Krugman y
Stiglitz – de visión también conocida – y la apariencia de rigurosidad que dan
los abundantes números y páginas de su publicación.
No valdría la pena comentar sus dichos si no fuera
porque coincide con la postura expresada por quienes exigen al Gobierno actual
– y por las propuestas legales recientes parecen estar teniendo éxito – cambios
radicales y acelerados de aquello que ha servido bien a los chilenos en estas
décadas.
El
espíritu, contenido y formas del Gobierno para enfrentar el debate en las
propuestas tributarias y educacionales parecen enmarcarse en el actuar de
quienes se sienten dueños de una verdad moral.
El proyecto de impuestos que llega al Senado casi
sin debate entre Diputados no es esencialmente distinto del que analizamos hace
un mes.
Aunque la autoridad lo niegue, tendrá efectos negativos en el crecimiento. Vía
expectativas, ya está impactando. Si finalmente se aprueba, quizás logre
aumentar la recaudación sobre el PIB, pero como Brasil, a poco andar será un
país tambaleante y con cifras absolutas menores a lo esperado.
Las
propuestas educacionales son decepcionantes. La discusión sobre calidad no
aparece en ninguna parte. En esta área el sector privado fue el pivote del
progreso. De 196.000 alumnos universitarios en 1985 se llegó a más de un millón
el año pasado con los quintiles más pobres accediendo por primera vez. Los
particulares que entregan educación básica y media, bajo distintas formas de
organización, pasan de ser muy minoritarios a ser mayoritarios atendiendo hoy
casi 2 millones de alumnos, con menores costos y calidades iguales o superiores
al sector público.
En
lugar de hablar de calidad y cómo mejorarla, la discusión hoy es cómo usar
recursos públicos – en realidad de los trabajadores – para comprar lo hecho ya
por inversiones privadas y no hay quien esté pensando en innovar o mejorar lo
existente. El sector está paralizado y ello no augura progreso. Las propuestas
de manejo de recursos son tan engorrosas que incluso quienes se organizan como
fundaciones deberían revisar su voluntad de participación. El Gobierno parece
olvidar que es un mero administrador de los recursos de los ciudadanos y no
sólo debe respetarlos en sus decisiones políticas sino especialmente en su
calidad de padres. No es moral que legisle suponiendo saber más que las
familias en sus opciones fundamentales.
Mientras
esto sucede en Chile, un
periodista del Financial Times analiza los datos de Piketty y encuentra errores
garrafales de cifras cambiadas que favorecen su relato. Quizá
ello haga que pierda parte de su brillo, pero sus fallas son mucho más
lacerantes, tal como las de los gurúes del pasado. El libro parte de la base
que la tasa de retorno es superior a la de crecimiento o r>g. Ello
implicaría que los dueños de capital se hacen cada vez más ricos,
acrecentándose de generación en generación. Trata de ratificar su tesis con
cifras para aseverar que el capital ha aumentado como proporción de producto,
al igual que la desigualdad en los países que analiza. Desmenuza el rol de los
súper ricos en la riqueza total y se da con ello por satisfecho para validar
sus propuestas de impuestos expropiatorias.
Pero
desde su origen el relato es errado. La relación entre r y g no implica ni
concentración creciente ni dinastías hereditarias y es compatible con
desigualdades estables, decrecientes o crecientes. Más allá de los errores
descubiertos, analiza las cifras a su antojo. Si en el siglo pasado las
desigualdades como un todo bajaron pero subieron al final en algunos países,
hace valer sólo la tendencia final. Reconoce, pero no da valor, a la
disminución en las desigualdades a nivel mundial gatilladas por el desarrollo
en Asia. Al mirar el capital olvida los bienes durables que son la inversión de
los pobres y no analiza el efecto de las viviendas y la subida de precio en él.
Discute sobre los súper ricos ignorando que la lista es muy dinámica. Cuando
Forbes parte en 1987 el hombre más rico era un japonés Tsutsumi. En el 2013 ese
señor había perdido el 96% de su riqueza.
El futuro de Chile.
Chile es el único país de Latinoamérica que ha
convergido hacia los países desarrollados en las últimas décadas. Muchos
chilenos modestos se han beneficiado. No dejemos que una inspiración mal
intencionada les cercene sus legítimos anhelos de seguir avanzando. Recordemos la
frase de Deng Xiao Ping cuando lanza a China a la carrera de ascenso más rápida
y masiva en la historia de la humanidad: “No importa el color del gato sino que
cace ratones”, y después añade: “No tengamos miedo a que aparezcan los ricos”.
No dejemos de lado aquello que funciona bien por una visión ideológica
interesada y fracasada.
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