martes, junio 14, 2011

Entre devastados y aliviados, por Tamara Avetikian.

Entre devastados y aliviados,

por Tamara Avetikian.



Mis amigos peruanos están divididos entre los devastados por el triunfo de Ollanta Humala y los que aplauden que el fujimorismo no volviera al poder.


Para los primeros, ésta es una "gran involución" de un país que caminaba hacia el desarrollo a pasos agigantados; están preocupados porque ven "inconsistencia en el discurso" del Presidente electo; no confían en su entorno por la "gran disparidad de personajes", y no le encuentran a Humala "pasta de estadista". Eso, al menos, es lo que me han dicho algunos de ellos.


Entre quienes se sintieron aliviados porque Keiko no ganó, y así se "salvaron de la mafia fujimorista", hay dos vertientes: los que cruzan los dedos para que el Presidente electo no siga los pasos de gobiernos de izquierda transformados en populismos autoritarios, como el de Chávez, y quienes confían en que cumplirá sus promesas de respetar la libre expresión, la democracia, y la de mantener el sistema de economía de mercado del que "tanto se ha beneficiado el Perú", como dijo Mario Vargas Llosa.


Por primera vez en su historia, gracias a un crecimiento sostenido -en 2010 se empinó sobre el 8,8 por ciento-, los peruanos estaban destinados a dar un salto cualitativo en el nivel de vida de toda la población, no sólo de los bolsones de desarrollo en Lima y sus alrededores. Todavía más del 30 por ciento de los peruanos vive en la pobreza, y regiones enteras están al margen de los beneficios de la modernidad. Hablo de lugares que no sólo carecen de Wi-Fi o red eléctrica, sino hasta de agua potable. O sea, hay que imaginar a miles de mujeres que buscan el agua a cuadras de distancia para preparar la comida. Ni qué hablar de alcantarillado, inexistente en centenares de pueblos de la sierra y la selva.


Ninguno de mis amigos que apoyaron a Humala en la segunda vuelta votó por él en abril. Lo hicieron a regañadientes, porque ante la disyuntiva de un candidato de izquierda y la hija de un ex Presidente al que la justicia condenó por corrupción y violaciones de derechos humanos, preferían darle el beneficio de la duda al primero. Una apuesta arriesgada, que genera inseguridad. No sólo en Perú, sino también en los empresarios y los gobiernos de la región.


El mayor temor, a estas alturas, es que emigren las inversiones que han contribuido al despegue de Perú. Para los empresarios chilenos, es fundamental que Humala dé señales claras, como nombrar a un gabinete que genere confianza por ejemplo, de manera que les garantice que no cambiarán las reglas del juego. LAN y Cencosud confirmaron millonarios planes de inversión. No tenían alternativa. Otros pueden tomar el camino opuesto. Declaraciones como la del jueves, sobre impulsar una aerolínea estatal, no van en la dirección correcta.


Mis amigos peruanos que hoy confían en Humala me aseguran que su antichilenismo no es sino cosa de campaña. Sólo lo comprobaré cuando esté gobernando, pero, por ahora, no les creo.


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