sábado, diciembre 18, 2010

Moriré en Valparaíso, por Roberto Ampuero.



Moriré en Valparaíso,

por Roberto Ampuero.





En la novela "Al sur de la frontera, al oeste del sol", del escritor japonés Haruki Murakami, un personaje le pregunta a su hijo único cómo hubiese sido su vida de haber tenido hermanos. El hijo responde: "El yo que está ahora aquí ha crecido sin hermanos. Si hubiera tenido alguno, sería distinto a como es ahora, así que preguntar al yo que ahora está aquí qué le parecería haber tenido hermanos, es antinatural".



En "La nieta del señor Linh", el novelista francés Philippe Claudel habla de un río asiático en el cual la gente se baña poco antes de morir para olvidar las malas experiencias de la vida. De ese modo, el ser humano muere con la sensación de que, pese a los sinsabores, la existencia ha sido grata y ha valido la pena. Las aguas permiten morir en paz, sin resentimiento ni amargura. En "Sunset Park", la última novela del estadounidense Paul Auster, hay un protagonista que ejecuta un trabajo que retrata la actual crisis económica de Estados Unidos: fotografía los destrozos que dejan en sus ex viviendas quienes no pudieron pagar la hipoteca.



En esas novelas pensé mientras leía "Moriré en Valparaíso", el magnífico libro de columnas sobre el Puerto, publicadas por Todd Temkin, poeta estadounidense y amante de esa ciudad desde que la conoció, por lo que se radicó en ella. ¿Cómo sería Todd si no se hubiese encontrado con Valparaíso? Esa interrogante carece de respuesta. Una casualidad poderosa me une a Temkin: él es originario del Midwest, inmensa región en la cual vivo. En 1993, él se instaló en Valparaíso, mi ciudad natal, mientras yo estaba por desembarcar en el Midwest, el mundo que lo vio nacer. Somos migrantes en sentidos opuestos, y encontramos un hogar en el mundo del otro. Nos nutrimos de nostalgias que se entretejen, y nuestros textos se refieren a los mismos mundos, pero vistos desde ópticas opuestas, en un juego de espejos complementarios.



Cuando Temkin habla en su libro -con portada del Loro Coirón- de Valparaíso, su gente, su historia y problemas, lo hace como si se hubiese bañado en el río de Claudel. No hay una sola gota de amargura ni resentimiento en sus observaciones, sólo estímulos de quien se deleita en esa ciudad y busca su mejoría mediante la acción solidaria y la crítica constructiva. De estos textos podríamos aprender a referirnos en ese tono al hablar de Valparaíso y del país. Ellos prueban que es posible mirar nuestros problemas y diferencias desde una perspectiva amplia y no descalificadora.



Cuando el poeta explora Valparaíso, lo hace con la visión del hijo de la novela de Murakami, es decir, no a partir de lo que la ciudad pudo haber sido, sino de lo que es; no a partir de sus posibilidades hipotéticas, sino de las reales; a partir de sus sueños y pesadillas, de sus aciertos y fracasos. Y cuando en sus columnas Temkin describe Valparaíso, lo hace como el fotógrafo de Auster, cuya cámara registra las expectativas defraudadas, pero sin perder la esperanza en que un mundo mejor es posible. Valparaíso emerge así en su belleza actual y potencial, pletórico de historia y lecciones; surge como la ciudad que representa como ninguna otra nuestra identidad nacional y merece ser protegida. En una fase en que la discusión política se torna a ratos visceral y descalificadora, se apunta con el dedo al adversario y se elude la responsabilidad personal en los errores, el libro de Todd Temkin expresa sabiduría, tolerancia y amor hacia una ciudad con la cual el poeta de Milwaukee generosamente se ha identificado.


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