martes, abril 04, 2006

Emotivo discurso del Profesor Gonzalo Rojas Sánchez.


Estimados amigos de Jaime, colaboradores de Jaime, discípulos de Jaime, admiradores de la obra de Jaime:

Hoy, primero de abril de 2006, al cumplirse los 15 años de la muerte del querido profesor y senador Guzmán, estamos aquí, del modo, en el lugar, en la compañía y con los propósitos que Jaime nos enseñó.

En primer lugar, estamos de pie. No se han querido poner sillas en este sencillo homenaje y acto de oración. Nos ha parecido que si toda su vida Jaime enseñó físicamente de pie; que si su último discurso lo pronunció de pie, hoy nosotros debíamos recordar su actitud erguida secundándolo con nuestra propia postura: estamos de pie, aquí físicamente, pero también lo estamos moralmente en todos los ambientes de Chile, ante tantos daños que se le causan a la Patria, precisamente porque Jaime nos enseñó a estar siempre erguidos frente a la adversidad. No dejarse estar, no doblegarse: cuánto le gustaban esas expresiones. De pie, nos decía que “el verdadero liderazgo siempre ha consistido en guiar a la opinión pública, en vez de halagarla servilmente o dejarse guiar por sus vaivenes...”

Además, en segundo lugar, estamos hablando a viva voz. No se ha querido tampoco pedir equipos de amplificación para este acto. Fue la palabra penetrante de Jaime, su lógica irrebatible, su mirada cariñosa y exigente a la vez, lo que nos cautivó y nos convenció; no fueron los instrumentos de la técnica, ni la artificialidad de los montajes escénicos lo que nos arrastró. Por eso, de viva voz y con palabra más viva y penetrante que nunca, queremos que Jaime por nuestras propias vidas siga hablando a Chile, así, de modo directo y transparente.

En un tercer orden, estamos en la puerta misma de la Universidad que tanto amó y en la que realizó su última actividad profesional, su última clase; estamos en la puerta misma de las encrucijadas que Jaime Guzmán enfrentó: la voluntad de Dios, el papel de la cultura, la formación de los jóvenes, el servicio a los más pobres de Chile. No hemos querido entrar, precisamente porque Jaime nunca se refugió dentro; tampoco hemos querido quedarnos fuera, porque Guzmán jamás le temió a ambiente universitario alguno, aunque hubiese momentos -como sucedió una vez en la Universidad de Concepción- en que su vida estuvo en grave riesgo. Y, qué paradoja, fue precisamente en las puertas de este manantial donde algunos quisieron que su mensaje cristalino se secara para siempre. Justamente por eso estamos a las puertas de la Universidad, para que entendamos todos mucho mejor que desde aquí y hacia el mundo se debe seguir cumpliendo una tarea formativa que Jaime amó como ninguna. Cuánto se regocijaba de haber estado con nuestro amado Juan Pablo II precisamente en la casa central de esta universidad “donde hice todos mis estudios universitarios, donde me desempeñé como dirigente estudiantil, donde desarrollé mis primeros años de actividad docente en la Facultad de Derecho y donde he participado como miembro de los más significativos cuerpos colegiados de la universidad.”

Una cuarta consideración nos recuerda, a través del ruido de los autos que pasan por la avenida Jaime Guzmán, cuánto amó Jaime esta tierra, este mundo moderno, ese Chile de los 50 a los 90. Nos decía: “Cuanto podamos tener que sufrir y perder por el bien de Chile, hay que tomarlo como un signo de la Providencia y como el necesario sacrificio que entraña el cumplimiento del deber.” A nosotros no nos molesta tampoco esa trepidación del mundo real; por el contrario, nos desafía, nos anima, nos impulsa a un renovado servicio a Chile, a estar en todos los lugares, en cada ambiente. El silencio es bueno a ratos, imprescindible incluso; pero el ruido, la vorágine… a las mujeres, a los hombres y a los jóvenes de Guzmán nos atrae y nos cautiva porque recordamos bien cuánto amó Jaime la música festivalera y de conciertos, los estadios de fútbol y las canchas de tenis, las concentraciones y las asambleas; cuánto amó también la buena comida y la animada conversación. De ahí somos también nosotros. A no rehuir los compromisos por lo tanto, frente a lo que Jaime llamaba “el ancho horizonte de la esperanza, que nos invita a siempre renovados desafíos futuros, desde las raíces de una fidelidad que nos compromete y que esta noche hemos visto tangiblemente confirmada”, en palabras de la conmemoración de los 20 años de la fundación del Movimiento Gremial.

Una quinta consideración tiene que hacerse cargo de nuestro pequeño número esta tarde. Han pasado 40 años desde que Jaime reuniera a un grupo para formar el Movimiento Gremial de la Universidad Católica de Chile, primer germen de todas nuestras cosas. Han pasado cuarenta años y hoy, uno de cada 4 chilenos vota por los candidatos que siguen a Jaime Guzmán. Han pasado 40 años y para un homenaje como éste, sólo se junta un pequeño puñado, unas pocas decenas. Tenemos ante nuestros ojos, por lo tanto, una nueva paradoja que el mismo Guzmán tenía muy clara: unos pocos para grandes cosas. No nos debe asustar que esta tarde nos contemos con los dedos de pocas manos: la nuestra es tarea de pocos y para muchos; la nuestra es tarea hecha con la formación y mística de unos pocos, pero para las multitudes. Porque así ha sucedido desde ayer viernes y estará sucediendo hoy sábado en tantas ciudades de Chile: unos pocos se han reunido a recordar y rezar pensando en millones. Que nada nos asuste ni nos desanime: irreductibles debemos ser.

Pero, al mismo tiempo y en sexto lugar, hemos de sentirnos muy acompañados, estimados mutuamente unos por otros; y aunque a veces algunos cometamos errores que nos deben llevar a pedir perdón por haber ofendido a otros, como lo hemos hecho, nuestra amistad es la continuación de la que Jaime dispensó a manos llenas. Amigo de sus amigos, amigo de quienes no supimos corresponder a su amable oferta, y amigo incluso de sus enemigos, quienes pasaban a ser, por el fruto de esa caridad, sólo sus rivales. Entre nosotros, los aquí presentes y con esos miles que siguen sus ideales por toda nuestra geografía, se renueva esta tarde el vínculo de una amistad que le hará bien a un Chile donde todavía se siembran tantos odios. Oigamos a Jaime una vez más “Representamos uno de los movimientos generacionales más gravitantes gestados en Chile durante el último medio siglo. Y somos eso. Servidores siempre imperfectos –pero también siempre perseverantes- de principios conceptuales sólidos y de valores morales objetivos y graníticos. Por ello –y no por otro motivo- nos detestan tan virulentamente nuestros muy variados adversarios. Nos detestan porque nos temen. Y nos temen porque nos saben irreductibles.”

Gracias a las personas de El Salvador, Quillota, Temuco y Valdivia por estar presentes esta tarde aquí viniendo de lejos; gracias a la sra. Violeta, quien nos acompaña, y a Luchito por haber cuidado tanto de Jaime; gracias especialmente a la Sra. Carmen, a sus hermanas, a sus sobrinos, por el cariño que le dieron y del que nos hemos beneficiado todos. Precisamente eso es lo que lo llevaba a decir sin jactancia, con gratitud: “Soy una persona muy humana, muy afectiva y muy sensible.”

Finalmente, en pocos segundos más comenzaremos a caminar; caminar fue el signo de la vida de Jaime; se caminó todo Chile visitando a los más necesitados, dirigiendo reuniones, animando voluntades, formando personas; se caminó todo Santiago poniente para ganar una elección imposible; su pasó físico era enérgico, de zancadas marcadas y rectas; su paso moral era simplemente colosal, era…. un ejemplo; y con eso, ejemplo verdadero, se dice todo. Pura coherencia era la que veíamos cuando nos decía que “de poco vale la conciencia de un deber, cuando ella no va acompañada de una voluntad capaz de cumplirlo.”

Por eso nosotros ahora, caminaremos serena pero decididamente hacia la puerta de entrada. Caminaremos no de cualquier modo, caminaremos como lo hizo Jaime durante su vida, caminaremos rezando. Una voz de mujer dirigirá el Santo Rosario que tanto amó Jaime, esa oración que el mismo calificaba como “práctica religiosa, ignorada por tantos y despreciada por muchos, la forma más sublime y perfecta que tenemos para orar.” El mismo Santo Rosario que un día como hoy, hace quince años exactos, rezábamos resignados en el hall del Hospital Militar. Caminaremos, además, hacia el lugar en el que la voluntad del Dios que Jaime tanto amó, se comenzó a hacer presente a través de la muerte. Bien lo sabía Jaime desde mucho tiempo atrás, porque 8 años antes del atentado había escrito que “no se puede ser mensajero vivo de Dios, sin ser también víctima.” Caminaremos hacia la confluencia de las calles Jaime Guzmán y Regina Pacis, Reina de la Paz, hacia el lugar exacto donde Jaime y la Santísima Virgen iniciaron su encuentro definitivo, en la paz. Una vez más, las palabras del mismo Jaime vienen en nuestro auxilio. Estas corresponden a su discurso el día en que enterrábamos a nuestro querido Miguel Kast, pero se aplican perfectamente también ahora: “Por eso hoy, junto a nuestra profunda pena, reina en este lugar tanta paz divina,” nos decía Guzmán.

Ahí terminaremos nuestro Rosario, ahí terminaremos también este sencillo acto; y ahí, ciertamente, comenzaremos una nueva etapa de nuestras vidas, para que en ellas se renueve nuestro amor a Dios y a la Patria.

Muchas gracias


Gonzalo Rojas Sánchez
grojass@uc.cl

Santiago, 1º de abril de 2006, en el Campus Oriente de la P. Universidad Católica de Chile, Décimoquinto aniversario de la muerte de Jaime Guzmán Errázuriz

1 comentario:

Koke dijo...

Gran comentario, resume la mística existente ante la figura del líder del gran partido UDI.