miércoles, octubre 08, 2008

Raza, feriados, cultura



Raza, feriados, cultura
Joaquín Fermandois

Se ha levantado polvareda con esto de los feriados. En aquello de cambiar todo -eco desgastado de las trompetas del "todo tiene que cambiar", y los gritos apocalípticos de un "cambio revolucionario", o de la felicidad por medio del advertising-, ahora dale que dale con los feriados. Se quiere eliminar el "Día de la Raza", 12 de octubre -que en los últimos años no se celebraba el mismo día 12-, por un feriado para las confesiones protestantes.

Ya se ha señalado que esto de legislar para las identidades de moda carece de toda sensatez política e histórica. Se quiere poner cara de inteligente cuando se las emprende contra molinos de viento, sin la conmovedora ingenuidad de don Quijote.

En primer lugar, las confesiones evangélicas, como las ortodoxas, comparten con la católica los feriados más fundamentales de toda tradición cristiana: Navidad y Semana Santa, amén del día domingo. En principio, a un cristiano le debiera bastar con esto. Fuimos conformados por una cultura plenamente católica; su impronta ha empapado nuestra historia, lo que tuvo su corolario en unos pocos feriados más que restan de esa vertiente. Que se mantengan como tales no tiene por qué ser visto como discriminatorio: se trata de una viga maestra de la tradición.

Para quienes no comparten esta matriz, las fechas cívicas y patrióticas constituyen ocasión suficiente para volcarse a la reflexión y conmemoración de la raíz histórica. Cambiar los feriados por el grito del momento es alimentar la desmemoria en un país oficial que en estos años se ha jactado de la memoria. No es reivindicación del pasado decretar feriados por este o aquel supuesto grupo.

Los amigos de lo "políticamente correcto" y los defensores de los indígenas -más indigenistas que sus mismos descendientes- objetan la Conquista de América (en efecto, no fue nada de limpia) y hallan una connotación "racista" a que se hable de "raza". Hay que decir que hace 100 años, cuando se hacía referencia a la "raza", se quería decir algo no muy diferente de lo que hoy entendemos por "cultura", esto es, una forma de ser, una herencia, valores y costumbres. Su conmemoración no tiene por qué ser una glorificación de España, y los mismos españoles de ahora parecen quemar lo que antes adoraron.

En cambio, el 12 de octubre puede ser la ocasión de pensar en nuestra relación con el castellano, tan a mal traer en Chile; en nuestra identidad latinoamericana, ya que la lengua que nos une nos da una cultura, y sumamos el mundo lusoparlante; en nuestra ascendencia europea; en nuestros antepasados indígenas (todo criollo tiene algo o más de algo, salvo que sus progenitores hayan arribado en el siglo XX); en nuestro puesto en el mundo; en la relación con las tendencias planetarias y con la sociedad moderna; en nuestra peculiar filiación europea expresada en Gabriela Mistral, Pablo Neruda y Vicente Huidobro; en el castellano de América Latina, aquel expresado en voces como las de Jorge Luis Borges y de Octavio Paz, que unían lo criollo con una orientación universal.

La historia como realidad cotidiana se puede confrontar con cierto infantilismo, como el de cambiar constantemente celebraciones, constituciones, nombres a calles y plazas. ¿No será ése un signo de nuestra América, que se "reinventa" constantemente a sí misma, mas carece de un verdadero retorno a los orígenes?

La madurez ante el paso del tiempo consiste en colmar de nuevos significados las formas heredadas, instituciones o símbolos. Así se vinculan la permanencia y el acto de reoriginación, con lo que la vida adquiere sentido.