Una triste
Navidad,
por Gonzalo Rojas S.
Varios millones de familias -sí, millones-
pasarán una Navidad llena de dudas este 2014. Y como las penas a veces se
explican por un estado de incertidumbre, realmente millones de familias
chilenas tendrán una triste Navidad.
La razón es simple, porque sencillas son
siempre las causas de las grandes penas y alegrías: no saber qué va a ser de la
educación de sus hijos en marzo próximo. Nada les importa más a esos esforzados
padres y madres -y muchos ni siquiera pueden contar con el apoyo del otro
cónyuge, porque sus familias nunca se constituyeron o ya se han roto- que la
formación de sus hijos. No hay regalo navideño que pueda compararse con la
educación que quieren brindarles. El don más importante, el regalo de una
Navidad continua, consiste en llevarlos hasta su emancipación, en ayudarles a
obtener una posición mejor que la que ellos han tenido en la vida.
Pero la incertidumbre que puede llegar a
frustrar esa legítima aspiración se les ha ido transformando en desdichada
certeza: muchos entienden ya que la reforma educacional va a terminar muy mal,
en un auténtico desastre. Incluso la Presidente ha reconocido que no era su
intención iniciarla por donde ha partido -pero, entonces, ¿quién diantres manda
en Chile?-, lo que significa que ella misma duda de lo que con tanto empeño
empuja. Increíble.
Cada uno de esos padres y madres tiene todo el
derecho de enfrentar a Eyzaguirre, de interpelar a Bachelet con una simple
pregunta: ¿Y usted quién es para decirme cómo y dónde debo educar a mis hijos?
Pero en la práctica no pueden hacerlo; y por eso sufren, porque saben que lo
que hasta ahora estaba en sus manos va a salir de ellas, para pasar a las
tenazas del Estado.
¿Existirá el colegio de mis hijos en marzo?
¿Cómo organizaré mi presupuesto familiar respecto del copago? ¿Podré escoger un
establecimiento que me dé confianza, o el sorteo lanzará al más joven de mis
niños a la chuña? Esas son las preguntas que rondan en la cabeza de los padres
en estos días (y no es consuelo que otros se estén preguntando: ¿irán a
terminar mis hijos el año escolar antes de febrero?). Trabajo para uno de esos
colegios, conozco esos sufrimientos.
También, más de 250 mil familias se enfrentarán
-poco después de Navidad- al contraste entre aquellos hijos que por sus méritos
ingresarán a la educación superior -selección, diosa de la justicia
universitaria aún no asesinada- y aquellos otros más jóvenes a los que se
pretende privar de todo mérito, para corregir "las desigualdades de la
cuna". O sea, en muchas familias se preguntarán: ¿Por qué el ADN que ha
recibido el joven, el esfuerzo que sus padres han hecho y el empeño que el
mismo estudiante ha puesto son considerados una perversa desviación que para
adelante debe corregirse y tratar de eliminarse? ¿Se suprimirá también a corto
plazo la selección en las universidades?
Finalmente, sufren también las familias
sencillas, porque perciben que es contra ellos, contra los más débiles, que se
ha dirigido el ataque de la Concertación y del PC. A ningún padre medianamente
razonable se le escapa que a los colegios particulares pagados, el Gobierno
-por ahora- los deja tranquilos, porque son más fuertes, porque pesan más.
La paradoja es grotesca: en el nombre del
combate a la discriminación, el Gobierno distingue entre distintos tipos de
establecimientos y ataca primero a quienes tienen menor poder social y
económico, para derrotarlos por separado. Después -porque en su mente el
proyecto consiste en estatizar toda la educación- irá con el arpón detrás del
pez más gordo.
Unos pasarán ahora una triste Navidad; a los
otros, que quizás están todavía insensibilizados, les espera el mismo destino
dentro de poco.
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